
El pasado lunes 19 de septiembre de 2016 sucedió algo fantástico: fui invitado a formar parte de un reducido grupo de apenas doce españoles adoptados por Nueva York [enlace al tuit de Casa Real] para asistir a una íntima recepción y cena con SS MM los Reyes de España en el Instituto Cervantes de la ciudad. La oportunidad nos la brindó la presencia de los monarcas en Manhattan con ocasión de la Asamblea General de Naciones Unidas.
Se habló del papel de la ciencia en EEUU y de las características que diferencian a la Academia norteamericana de la española. Se habló del rol que juega la comunicación de la ciencia y la tecnología y cómo ésta impacta a la sociedad. No puedo divulgar detalles de la conversación pero sí quiero compartir dos breves reflexiones:
La primera es que me siento profundamente afortunado de haber podido compartir esa velada con Don Felipe y Doña Letizia, mucho más allá de lo que pueda significar a nivel personal, como improvisado representante de quienes nos dedicamos a un quehacer tan minoritario como la comunicación y el periodismo de ciencia, es una señal magnífica haber sido incluidos. Eso va por la Asociación Española de Comunicación Científica y la Associació Catalana de Comunicació Científica, de las que soy miembro “expatriado”. Cabe añadir que este gesto encaja limpiamente en una historia interés por la ciencia y su divulgación que incluye el apoyo al programa Fame Lab de FECYT y el constante interés por escuchar a los científios españoles dentro y fuera del país.
En segundo lugar, constatar que el interés -por la ciencia y por el ámbito de la cultura y el pensamiento en general – de los monarcas es un bien precioso en los tiempos que corren. Es también, si sabemos apoyarnos en ello de un modo inteligente, una palanca que podremos usar para influir en sectores clave de la sociedad española con el fin de profundizar la apreciación por las disciplinas STEM -ciencia, ingeniería, tecnología, matemáticas- y los beneficios que éstas pueden traer a nuestra nación. La sociedad española reacciona ante la influencia de sus prescriptores -futbolistas, incasables miembros de la farándula pero también intelectuales, líderes morales o políticos-. Sus Majestades son, sin lugar a dudas, una de las fuentes de influencia más potentes que tiene la sociedad, no sólo por la hondura de su calado popular o entre las esferas de poder, sino también y sobre todo, por su constancia en el tiempo que se extiende más allá de los tantas veces présbites ciclos políticos. Hagamos buen uso de esta oportunidad.