Estaba convencida de que este año me tomaría las vacaciones en junio, pero un email de la AECC me desbarató los planes. En él se me comunicaba que había sido elegida para asistir a la 60ª Reunión de Premios Nobel en Lindau (Alemania), donde laureados y jóvenes investigadores de todo el mundo se reúnen durante una semana al borde del lago Constanza, en la frontera entre Suiza, Alemania y Austria. Mis vacaciones podían esperar, así que preparé la grabadora, la cámara de fotos y el biquini, atendiendo a las recomendaciones del blog oficial del meeting, escrito por el equipo de Nature. Ya me imaginaba ese lago lleno de venerables ancianos y yo entre ellos, haciendo largos en las aguas con la mayor concentración de sabios del mundo. Un plan encantador.
El 28 de junio llegué al pueblecito de Lindau, con tan sólo 35.000 habitantes. A la salida de la estación un cartel me dio la bienvenida: Alfred Nobel Platz. Al lado, las terrazas en el puerto y las vistas del viejo faro me tentaron a tomar un café al sol, pero era hora de dejar la maleta en el pequeño hotel del centro y correr al meeting. En el camino ya me di cuenta de que estaba en un pueblo invadido por congresistas, pero sus habitantes parecían acostumbrados a cruzarse con gente de todos los colores y edades con el cordón de identificación colgado del cuello. Pronto comprendí la indiferencia de los nativos, uno se acostumbra a todo. La primera noche me volvía loca haciendo fotos de los 59 premios Nobel mientras bailaban Tom Jones con los jóvenes. El segundo día seguía sin dar abasto, no sabía dónde mirar: ¡Ahhhh, en esa mesita al sol está Arno Penzias charlando con Carlo Rubbia! ¡El que va del brazo de su rubísima señora vestida de Chanel es Luc Montagnier! ¡Ada Yonath, qué simpática parece! ¡Peter Agre en la cola del almuerzo con tres veinteañeras! Pocas horas después, si me hubieran pedido una descripción del paisaje, habría contado algo muy similar pero sin interjecciones ni signos de admiración, y con un suspiro: “Ahora vuelvo al hotel, escribo, descargo las fotos y me visto para otra cena. Luego otra vez al hotel, a preparar el trabajo de mañana”. Y es que, aunque la organización sólo gestionaba dos entrevistas a cada periodista, pronto descubrí lo fácil que era quedar con los científicos fuera del programa. Simplemente hablando con ellos por los pasillos llené la agenda de citas en las pausas entre ponencias. Nunca he visto tantos científicos tan accesibles reunidos en el mismo lugar; creo que la fiesta de inaguración, en la que jóvenes y consagrados tuvieron que bailar todos juntos una polonesa, rompió el hielo para toda la semana.
Uno de ellos fue el francés Albert Fert, Nobel de Química en 2007 por el descubrimiento de la magnetorresistencia gigante. Llegó agobiado a nuestra cita, no le daba tiempo a cambiarse de ropa para la cena y me propuso acompañarle en el coche de la organización al hotel a las afueras donde se alojaban todos los laureados. Cuando acabamos la entrevista, yo tenía un pequeño problema que resolver: ¿cómo volvería al centro? “No pasa nada, te cuelas conmigo en el autobús privado donde vamos siempre nosotros”. Con “nosotros” se refería a “ellos”. Subí al Nobelbus con mi cordón amarillo de prensa, que, aparte de algún que otro detalle, me delataba entre los demás pasajeros. “Nadie se va a creer que he ido en el Nobelbus, Albert, y si hago una foto se van a molestar porque es un momento privado”, le dije en bajito al francés. Él tenía la solución: “No te preocupes, trae tu cámara y yo las hago. A mí no me van a decir nada, ¡también soy un Nobel!”.
Evidentemente, no diré que esto fue lo más destacado de aquella semana, pero sí fue una de esas cosas que no te pasan en otro viaje de prensa. Si lo que andáis buscando no son anécdotas sino información sobre lo que se debatió en el congreso, podéis consultarla en su web. No esperéis temas superespecializados de la química, la física o la medicina, porque no va de eso. Como me dijeron unos investigadores españoles Marie Curie mientras veíamos el partido España-Portugal en un Biergarten, éste no es un congreso científico al uso, donde cada cual expone sus últimos papers y pósters entre colegas de disciplina, sino una reunión dedicada a la inspiración y a la pasión por la ciencia. A los jóvenes les entusiasma la rutina diaria de encontrarse con sus ídolos en cualquier esquina y poder pararse a charlar con ellos. Por su parte, los Nobel están encantados allí, como en un balneario para grandes mentes. Y para una periodista freelance como yo, el Nobel Laureate Meeting es un caramelo. De aquella semana saqué varios reportajes y entrevistas, hice contactos muy valiosos y sobre todo, disfruté. Espero que, el año que viene, ninguno de los socios de la AECC solicitéis el viaje; yo quiero otra semana en el lago de los genios.