¿El oficio de comunicar es mero conducto o debiera ser un arte depurativo?

¿El oficio de comunicar es mero conducto o debiera ser un arte depurativo?

“La existencia del crepúsculo no equipara el día y la noche”Omnia
Martin Gardner

 

Dejo abierta la pregunta anterior, pero estoy persuadido de que cuantos dedicamos parte de nuestro tiempo a contar la ciencia a los no la hacen tenemos que distinguir el criterio de la mera opinión. Muchos modos resultan idóneos, sin duda, para  conocer, entre otras cuestiones,  quiénes somos, dónde estamos, cómo hemos venido y por qué cambian las cosas, pero en lo tocante al modo científico —y me refiero al de índole sintética (distinta de la analítica, como lo es la matemática o la lógica)— la fuente del criterio es, como mínimo, la coherencia externa y la confrontación con las medidas empíricas bien observadas. Para los biólogos, los químicos y los físicos la economía estándar (Mario Bunge la llama economía escolástica) está repleta de atributos extravagantes. Por ejemplo, que sus textos técnicos, distintos de los estudios históricos, no dejen de cocinar las recetas de los “arcaicos” (Turgot, Quesnay, Smith, Bentham, Ricardo, Mill, Marx, Cournot, etc.) como si se tratarán de nouvelle cuisine. ¿Cabe imaginar que los Proceedings de la Royal Society brindasen sus páginas estelares a Stevin, Galileo, Kepler, Torricelli o Huygens en lugar de citar a Einstein o von Neumann (y menciono a estos por su popularidad, pues, a no dudar,  el 90% de los mejores físicos, químicos y biólogos de la humana historia aún viven)?

¿No debiera sorprender el casi nulo empeño invertido en operativizar conceptos clave, pródigamente usados en la economía estándar (v. gr.: preferencia y decisión racionales, competitividad, utilidad marginal decreciente, utilidad y  probabilidad de éxito de la acción económica, etc.), empeño inversamente proporcional a las toneladas de páginas consagradas a discutir sobre ellos, igualando los textos económicos con la literatura fantástica (se discute de algo, pero no se sabe de qué) ¿Y qué decir del enorme valor que atribuyen los economistas “ortodoxos” a múltiples constructos (por ejemplo, a la denominada “teoría” general del equilibrio) sin contrastarlos con datos empíricos bien calibrados, y a otras variadas entelequias (piénsese, por ejemplo, en cómo define la economía estándar el mercado libre y luego pregúntese si existe algo semejante —salvo, naturalmente, en los manuales— en algún punto del planeta Tierra)?

El conjunto de todos estos rasgos me hizo recelar hace tiempo de la cientificidad de la economía. El emperador va desnudo y ya es hora de clamar que la economía estándar es una impostura y, por tanto, no es racional prestar oídos a la mayor parte de sesudos economistas que pontifican en los medios sobre el mejor modo para salir de la actual “crisis”. Es como si, ante la sospecha de un carcinoma cerebral, pidiéramos consejo a un echador de cartas. Con esto en mente compuse el artículo ¿Economía o econolatría? (ver aquí el pdf), al que le falta el subtítulo, Por una econología científica (revista Omnia Nº 207,  junio 2014).

 

Artículo '¿Economía o econolatría?', de Juan Carlos Sanz, publicado en la revista Omnia.
Artículo ‘¿Economía o econolatría?’, de Juan Carlos Sanz, publicado en la revista Omnia.

Artículo '¿Economía o econolatría?', aparecido en la revista Omnia.Artículo '¿Economía o econolatría?', de Juan Carlos Sanz, publicado en la revista Omnia.

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