Periodistas, científicos, políticos: ¿alianza de civilizaciones?

Periodistas, científicos, políticos: ¿alianza de civilizaciones?

Hace unas semanas aconteció en la isla canaria de La Palma una suerte de cumbre de la mejor ciencia que se hace en España, que propició que se sentaran a la mesa los responsables de los centros investigadores públicos más relevantes del país (distinguidos con el sello de excelencia Severo Ochoa) y destacados periodistas y comunicadores científicos del ámbito nacional e internacional.

Foro 100xciencia La Palma - créditos Daniel López-IAC
El foro se celebró en el Teatro Circo de Marte de Santa Cruz de La Palma (imagen Daniel López/IAC)

Y como casi siempre que comparten mesa y mantel un científico y un periodista se echaron en cara sus respectivas visiones del mundo: normalmente el primero —cuyo radio de acción puede ir desde el quantum a la galaxia y más allá— se queja de las imprecisiones, generalizaciones e inespecificidades de que ha plagado el periodista la noticia de su resultado científico; el segundo —al que el lector mira cada vez más a los ojos— le replica que cómo no entiende que debe ser capaz de resumir el objeto de su trabajo en unas pocas líneas o segundos sin que estén transidos de conceptos para colegas de su mismo campo investigador.

En este punto, Kenneth Chang, periodista de The New York Times, apuntó que tiene asumido que “clarity is inversely proportional to precision”; que no puede replicar en su periódico el artículo de una revista científica y que él se debe a su público, a la ciudadanía, a la que aspira a mostrar “the big picture”, el panorama general, subrayando en qué engranaje del vasto ámbito del conocimiento humano encaja tal resultado de tal investigación. Y si lo hace contando una historia bien escrita, pues mejor.

Similar punto de vista expuso Patricia Fernández, responsable de Materia, la sección de Ciencias de El País, al referirse a la necesidad de hacer periodismo científico “accesible, riguroso, entretenido, que forme e informe, que acerque lo desconocido…” (ahí es nada); o Pampa García Molina, redactora jefa de la agencia SINC, quien enfatizó que “hacemos información y, como efecto colateral, divulgación”.

Intuyo que los científicos, que no son tontos, consideraban que sí, que habrá que aceptar pulpo, que ciertamente mi paper no puede copiarse en el párrafo de entrada de la noticia que habla de mis meses o años de dedicación en el laboratorio; pero, claro, pensarían, aquel titular era demasiado vago, hasta insultante, qué iban a pensar mis socios ingleses si lo vieran, y encima publicaron mis declaraciones menos precisas, las que me sacaron a regañadientes tras un acoso evidente para ser claro y cercano.

En este punto, casi al final, tomó la palabra Joan Guinovart, director del IRB de Barcelona, para exhortar a sus colegas científicos a aceptar cierta pérdida de precisión en aras de la proyección social del trabajo científico, en olvidarse del prurito que ocasionan las generalizaciones, lo cual es necesario para que se entienda; “no hay otra manera”, sentenció. Aplausos.

cielo de La Palma - créditos Antonio González-IAC
El cielo canario también fue protagonista de esta cumbre de la ciencia pública española. Algunos participantes en el Observatorio del Roque de los Muchachos (imagen Antonio González/IAC)

Los excelentes también lloran

Pero, es obvio, tres días de congreso dieron para mucho más. Aparte de exponerse las diferentes y muy interesantes líneas de trabajo de la veintena de centros Severo Ochoa, fue recurrente el tema de la financiación de la ciencia española. Las miradas se dirigieron entonces a la clase política.

Y se dio una curiosa unanimidad, extraña acaso a ojos de un neófito: los directores de las entidades de investigación pública más reputadas de España no enumeraban, como primera queja, falta de recursos económicos, no. Lo que pedían, lo que bramaban, por lo que rogaban era por más flexibilidad para gestionar aquellos dineros de que disponen, menos burocracia y menos encorsetamientos que “nos ahogan” (Mateo Valero, BSC-CNS), “para poder dedicar tiempo a la ciencia” (Lluis Torner, ICFO) ; pues tales trabas burocráticas están propiciando, paradójicamente, “derroche de dinero” (Luis Ibáñez, IFT).

Y, en segundo lugar, imploraban estabilidad presupuestaria, para evitar cambios bruscos que puedan destruir las estructuras que tanto cuesta levantar. Y si hay más dinero para la ciencia, genial; no hay que olvidar que “los países más ricos de hoy son los que más dinero dedicaron [a la ciencia] ayer” (de nuevo Mateo Valero). Pero no sólo se precisa de recursos para los centros de élite Severo Ochoa sino para todos los demás actores de la ciencia pública española: “no podemos tener varios oasis en medio de un desierto” (Avelino Corma, ITQ).

Se hicieron evidentes entonces las cuitas de aquellos que navegan entre las aguas de dos mares procelosos: el voraz e hipercompetitivo de la investigación científica y el muchas veces impío y tosco de la gestión política. Acaso por ello, y en vísperas de unas Elecciones Generales, el Foro 100XCiencia de La Palma se cerró con un comunicado en el que, tras recordar que la ciencia es motor de la economía y el bienestar, los científicos instan a los partidos políticos a formalizar un Pacto por la Ciencia y, de camino, definir sus propuestas electorales en la materia.

Guinovart tenía claro su eslogan predilecto: “Si quieres cobrar tu pensión, vota investigación”.

 

Por Félix A. Morales, director de Concísate

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