Autor: Antonio Calvo Roy
Desde el coste energético de construir las herramientas de piedra olduvayenses de hace 1,7 millones de años hasta las 400 partes por millón de CO2 en la atmósfera, cifra que se alcanzó en el 2015, en este libro está todo lo que tiene que ver con la energía. Todo, todo, todo. Algo más de 600 páginas de erudición y de información, de análisis y de conclusiones; pero sobre todo, datos. Datos de consumos, de producción, de watios y julios; datos de caballos —de carne y hueso y de vapor—, de transportes, de producción por hectárea según nutrientes y el coste energético asociado, de molinos de agua y de viento y de sus mejoras; datos de yugos, frenos, muserolas, coronas, bridas, atelajes y todas las mejoras en la eficiencia del esfuerzo de los animales de tiro; datos, en fin, para explicar y entender la relación entre Energía y civilización. Una historia de Vaclav Smil, tan densa como interesante.
El grado de detalle del libro, que puede resultar apabullante, retrata a un autor sabio y que quiere decirlo todo. Que no quede ni una brizna de duda de que sus argumentaciones están sustentadas en datos, en decenas de miles de datos, y en cientos de fuentes que detalla constantemente. Esta entrevista, de la periodista Anatxu Zabalbeascoa, es un buen retrato de un personaje peculiar, profesor emérito de ciencias ambientales en la canadiense Universidad de Manitoba, uno de los expertos mundiales en historia de la energía, como queda patente para cualquier desocupado lector que se asome a este impresionante trabajo.

Sus datos, bien combinados, le llevan a determinar que “En medio de todos estos procesos de cambio —nuevas fuentes de energía, mejoras del rendimiento y la eficacia, etc.— hay algo que no ha cambiado: la humanidad no utiliza la energía de un modo más racional.” Y pone como ejemplo del coche privado “que muchos prefieren por ser supuestamente más rápido que el transporte público”, pero que, si se suma “el tiempo que se requiere para ganar el dinero que cuesta comprar un coche y abastecerlo de combustible, mantenerlo y asegurarlo, a principios de la década de 1970 la velocidad media de los desplazamientos en automóvil en Estados Unidos era inferior a 8 km/h. debido a la cogestión de tráfico. A principios del año 2000 esta misma velocidad no superaba los 5 km/h, lo cual es comparable con la velocidad de los coches de caballos antes de 1900 o simplemente caminar.” Y eso, añade, sin hablar de la contaminación que provoca. Es, por cierto, un libro lleno de frases sugestivas, algunas de las cuales pueden leerse en este hilo.
Pero, que no haya equívocos entre nosotros, lejos de ser un determinista que explique perfectamente la sociedad a través de la energía, insiste en que hay introducir más elementos en la ecuación. “Utilizar la energía como concepto analítico clave de la historia humana es una elección razonable, eficaz y deseable. No obstante, no debe ser el principal factor explicativo.” Y, más adelante: “No debe exagerarse la capacidad explicativa de un enfoque energético de la historia”. Es por supuesto, imprescindible, y no parece tener sentido explicar una sociedad, la que sea, sin hacer referencia s sus posibilidades energéticas “¡Cómo si los materiales, las casas, las flechas y las imprentas se produjeran ex nihilo, sin ningún consumo energético!”
El detallado repaso histórico al paso del tiempo en nuestra civilización, extendiéndose, siempre desde el punto de vista de consumo energético, a la agricultura —de los antiguos egipcios a los estadounidenses del siglo XIX—, a los transportes —del carro romano a los cohetes—, a las armas y su relación con la energía —no es lo mismo energéticamente hablando matar con la lanzas o espadas, con catapultas o con misiles balísticos—, los altos hornos, la producción de acero y de ladrillos, la navegación, el vapor y las energías renovables, siempre mostrando las ventajas y los inconvenientes de las distintas tecnologías utilizadas y dando, siempre y con profusión, datos, todos los datos. (Tantos datos que, en un exceso, el traductor se contagia de la precisión y, con demasiada frecuencia, además del término traducido ofrece entre paréntesis el original.)
Y, desde luego, la energía como producto de las personas, sin perder nunca de vista a los humanos que las usan, a las condiciones materiales en las que vivían y cómo cada energía hacía posible determinadas condiciones. Porque, en contra de lo que podría parecer, “no existe una correlación evidente entre tipos y niveles de consumo energético y la «mejora de los mecanismos culturales». Como cualquier otra forma de reduccionismo, el determinismo energético es muy engañoso.” Muestra eso sí, la correlación entre incremento energético per cápita y mejora en las condiciones materiales de vida, sanitarias, educativas, etcétera.
Y, mirando al futuro, entre los que pronostican (como ha ocurrido casi con cualquier tipo de nueva fuente de energía) “un suministro abundante y barato que abra la puerta a un cambio social casi utópico” y quienes, en el otro extremo, consideran que “la biosfera ya es víctima de las acciones humanas que interfieren en muchos procesos fundamentales de apoyo a la vida e incluso violan los límites planetarios que definen el espacio operativo seguro para la humanidad”, Vaclav Smil, poco categórico, prefiere ver algunas “señales esperanzadoras”. Hay claros indicios —y parecen asumidos— de que “maximizar la producción energética es contraproducente”.
Así pues, si caminamos hacia el incremento de las desigualdades y el desastre climático que nos convierte en una especie “breve y brillante” o si, por el contrario, seremos capaces de “sembrar el cosmos de planetas terraformados”, habrá que esperar unos años para tener la respuesta. En todo caso, optimista pese a todo, termina la obra citando a Étienne Pivert de Senancour (para Eduardo Martínez de Pisón, el gran escritor de las montañas): “luchemos aunque perezcamos.”
Energía y civilización. Una historia
Vaclav Smil, Arpa editores, traducido por Álvaro Palau Arvizu, 2021, 638 páginas, 24,90 euros