Cuando la difusión mediática se adelanta a la comunicación científica

Cuando la difusión mediática se adelanta a la comunicación científica

 

lievre et tortue

El pasado 17 de marzo, la comunidad de astrónomos fue sacudida por el anuncio de un resultado fundamental obtenido a través del experimento BICEP2 del centro de astrofísica Harvard–Smithsonian: el análisis de la radiación microonda de una pequeña porción de cielo sobre la Antártida ponía en evidencia de manera directa la presencia de ondas gravitacionales primordiales, y suponía, según los autores, una prueba concluyente del Bing-Bang. Lo extraordinario de estos resultados es que por primera vez datos experimentales permitían acercarse al misterioso universo primordial, en particular aquella fase de expansión brutal llamada inflación. Este anuncio fue muy mediatizado, más aún quizás porque el grupo en cuestión le pisaba la primicia a la misión Planck, la sonda de la agencia espacial europea cuya misión acabó el año pasado y cuyos datos todavía están siendo analizados.

La versión definitiva del artículo científico que presentó en su día los resultados de BICEP2 acaba de ser publicada en la misma revista. Ha sido mucho menos mediatizada que aquella de marzo y los autores presentan sus resultados con mucha más cautela. Ademas, sus conclusiones ya parecen menos inequívocas. De hecho, ya no excluyen que el efecto medido por BICEP2 no pueda ser una consecuencia de factores ajenos a las ondas gravitacionales primordiales. Un problema de normalización, es decir de ajuste de las medidas a las condiciones cósmicas en ese rincón del cielo (por ejemplo la presencia de polvo cósmico), podría haber influido en los resultados.

No hay nada anormal en este asunto desde un punto de vista puramente científico, al contrario. Se trata de un proceso habitual dentro del método científico conocido como evaluación por pares: un equipo presenta un resultado interesante en una revista especializada; otros equipos lo comentan, lo ponen a prueba, lo contestan o lo aceptan.  La evidencia se va acumulando y la balanza se va inclinando hacia una teoría u otra. La esencia de este proceso es que se extiende en más o menos medida en el tiempo. En física se habla de un “tiempo de relajación” para describir al tiempo que tardan los diferentes mecanismos inherentes de un sistema en recobrar el estado de equilibrio perdido a través de un aporte externo. En ciencia, estas oscilaciones entre hipótesis y  teorías suelen tener un tiempo de relajación de meses o años (o infinito, cuando no hay manera de resolver los litigios).

Estos tiempos dilatados contrastan con aquellos que enmarcan las dinámicas de difusión de la ciencia en los medios de comunicación. En este caso se trata de algún día o, cuando la noticia acaparra la atención de la redes, de algunas horas o incluso minutos. Y aquí también manda la primicia. El problema de esta inflación mediática es que no incluye ningún tiempo de relajación y que crea perturbaciones en estas escalas de tiempo más cortas que pueden, a medio o largo plazo, interferir con el proceso de comunicación científica convencional. Los resultados del BICEP2 son un buen ejemplo. El anuncio del descubrimiento de supuestos neutrinos supra lumínicos es otro. En este caso se descubrió que el resultado observado tenía su origen en un fallo instrumental. El responsable del experimento demitió algunos meses más tarde, no por el error en sí (que, como ya hemos mencionado, es parte integral del proceso científico) sino por la mala gestión de la comunicación mediática.

La comunicación científica en revistas especializadas y la difusión mediática de la ciencia también se diferencia en otro aspecto: el sentido de los matices. Es difícil para un periodista científico presentar un resultado dudoso y explicar al lector cuales son las incertidumbres que lo rodean. Por otro lado, es casi imposible para un científico publicar un resultado que no venga acompañado de un análisis crítico y de una discusión en la cual se abordan los puntos débiles del estudio y como se podrían solucionar.

Los científicos dudan cada vez menos en complementar la convencional revisión por pares con canales de difusión mediáticos más rápidos y eficaces. En el contexto actual de recortes de presupuestos destinados a la ciencia, el futuro de un experimento, de un grupo de investigación o de un laboratorio puede estar muchas veces determinado por políticos o “expertos” que no siempre son especialistas en el campo. Y el impacto creado por la difusión mediática crea las condiciones adecuadas para que los proyectos científicos en cuestión lleguen a oídos de estas personas.

Pero la ciencia no debería ser presentada como una serie de conocimientos, sino como un proceso con una serie de reglas y pautas. Y el lector tiene que entender cuáles son estas pautas para poder orientarse durante su búsqueda de conocimiento. Los dos casos mencionados aquí son “light”, en cuanto no aparece ningún atisbo de mala fe por parte de las personas involucradas. Pero demuestran bien como una mala gestión comunicativa puede acabar en un desastre que, paradójicamente, también puede ser muy mediatizado. La señora ciencia es intrínsecamente lenta porque se basa en el método, la lógica, la razón y la cautela. Y los periodistas y medios de comunicación científicos, si quieren lograr una divulgación de calidad, rigurosa y libre de oportunismos, tienen que aprender a seguirle el paso.

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