A menudo busco en las novelas ejemplos que ilustren mis dudas. Suelo identificar conflictos con personajes literarios demasiado a menudo. Costumbre que probablemente un psicólogo identificaría como patología preocupante, pero que a mi edad parece tener ya poco arreglo. De hecho, he vuelto a caer en la tentación.
Cuando tuve que pensar en el asunto de mi primer post en este blog apareció por mi cabeza ‘Madame Bovary’, la novela más conocida de Gustave Flaubert, en el que aparece un curioso personaje. El boticario Homais, el antagonista de Enma Bovary, me ayudó sin pretenderlo a reflexionar sobre cómo ha evolucionado la profesión periodística, en general, y la divulgación científica en particular.
Siendo un hombre de ciencia, el farmacéutico de Yonville, enciclopedista y enemigo de supersticiones, resulta ciertamente pedante y poco creíble en sus afirmaciones, especialmente cuando a mitad de la novela protagoniza uno de los capítulos que mejor definen la ridiculez y falta de personalidad de Carlos Bovary, médico rural y esposo de la protagonista y origen de todas sus desdichas. Homais convence al médico de que practique un experimento con un mozo cojo del pueblo y, empleando un artefacto traído de Paris, intente enderezarle el pie. Cuando se lleva a cabo la operación, el famacéutico, corresponsal en Yonville de Faro de Ruán es cribe la siguiente crónica:
A pesar de los prejuicios que todavía envuelven la faz de Europa como espesa red, la luz comienza a penetrar en nuestros campos. La humilde ciudad de Yonville ha sido el martes último escenario de una experiencia quirúrgica que puede considerarse al mismo tiempo un verdadero acto de filantropía […]¿Ha llegado la hora de proclamar que verán los ciegos, que los sordos oirán y que andarán los cojos? Lo que el fanatismo reservaba antaño para sus elegidos, la ciencia lo realiza ahora para todos los hombres. Tendremos a nuestros lectores al corriente de sucesivas fases de esta notable curación”.
Cuatro días después, al cojo hubo que amputarle la pierna y ni que decir tiene que Homais no siguió informando a sus lectores, aunque dejó para la historia un buen ejemplo de manipulación informativa que bien podría usarse en las Facultades de Comunicación. Y es que el boticario incumplió en su crónica buena parte de las máximas de oro del periodismo, manipuló y usó en beneficio propio la información. Pero ¿cómo mantenerse ecuánime si uno participa directamente del objeto de la información? ¿cómo un científico puede tomar la suficiente distancia para informar sin caer en los tentadores tecnicismos?
Salvando todas las distancias -Homais es un personaje de ficción y en el siglo XIX las crónicas periodísticas gustaban más del ambiente que de los hechos en sí y la figura del periodista profesional estaba a años luz de ser una realidad- creo que resulta obligado reflexionar sobre quién debe, quién puede o cómo resulta más acercado ocupar el papel de divulgador científico. Investigadores y periodistas han derrochado ríos tinta sobre el asunto. Yo sólo pretendo abrir de nuevo un viejo debate y proponerles una discusión que espero resolvamos en el apartado de comentarios. Probablemente lleguemos a conclusiones conocidas, pero al menos mantendré ocupada la mente y a los personajes de los libros, a la distancia suficiente …. o no.
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