Reflexiones autobiográficas acerca de los papers patrocinados, el peer review entre amigotes, y la dudosa validez de “la literatura”.
En el Japón medieval, un ronin era algo así como un samurái en el paro. Dura vida la del samurái: maestro en el arte de la guerra después de años de duro entrenamiento, debía obedecer ciegamente al daimyō, señor feudal por herencia, pero no siempre hábil guerrero. Si el daimyō perdía la guerra, el samurái superviviente pagaba las consecuencias, convirtiéndose en ronin. Por un lado, su educación le habría permitido enriquecerse con el comercio o las artes, pero el código de honor, el Bushido, se lo impedía. Por otra parte, su cultura y modus vivendi eran los de un señor feudal, pero a diferencia de su patrón, el ronin no poseía tierras o renta fija que le garantizase la subsistencia.
Algo parecido nos sucede a los investigadores que no tenemos la fortuna de poder contar con un sueldo fijo a fin de mes, y nos ganamos la vida como emprendedores y escritores científicos free lance. Nuestro único capital es el know-how, arduamente obtenido con interminables horas de investigación autofinanciada y estudio. Un capital a menudo poco reconocido en un mundo donde, según textuales palabras de Umberto Eco “Los social media han dado a legiones de imbéciles el mismo derecho a opinar de un Premio Nobel”. Y, añado por mi cuenta, en nuestro mundillo de la comunicación científica Wikipedia ha conferido a cualquier ignorante el derecho a sentirse un “experto”. Como si no bastase, a los ronin científicos también nos toca competir con una fracción de los daimyōs académicos, en concreto los que pagan con dinero público o con el patrocinio de grandes empresas la publicación de cualquier cosa con tal de añadir una línea más al propio currículum. En tal modo se ha eliminado la meritocracia editorial, en nombre de la dissemination tan amada por los funcionarios de la Unión Europea. Todo el contrario de lo que debería ser la divulgación científica, pues ¿qué sentido tiene distribuir gratuitamente información que muchas veces es falsa, ya que presenta como “resultados” casos particulares y sin aplicación práctica, o colecciones de valores medidos sin indicar cuál es el margen de error? Una verdadera competencia desleal, que penaliza el mérito del verdadero científico, privándolo del merecido (y de por sí magro) derecho de autor.
Los editores defienden el sistema del open access, argumentando que así se asegura el derecho a la instrucción, y que todo el contenido es rigurosamente peer reviewed. ¡Gran garantía de calidad editorial, el peer reviewing! Lo demuestra la siguiente anécdota: en el capítulo 6 de mi libro Managing Biogas Plants: A practical guide publiqué una antología de errores lógicos, de método e incluso falsedades, todas rigurosamente peer reviewed. Algunas pura pedantería académica, otras con obvio intento de favorecer a la empresa patrocinadora de la publicación. Todas mis críticas rigurosamente soportadas por experiencias de primera mano y mediciones con margen de error calculado según normas ISO. Recibí poco tiempo después la copia de un email enviado por un investigador de una prestigiosa universidad alemana a mi editor. En sustancia, decía que cómo es posible permitir a un “desconocido” -que no tiene ni un décimo de las publicaciones peer reviewed del remitente- criticar una norma alemana; que los trabajos criticados en el capítulo 6 están perfectamente en línea con “la literatura”; y que por qué se ha procedido a publicar mi libro cuando ya existe uno (publicación esponsorizada, solo en alemán) que es “la referencia” de la digestión anaeróbica, porque Alemania es el “líder mundial” en dicho campo. Nunca imaginé que en pleno siglo XXI alguien que dice ser un científico tuviese simultáneamente la misma actitud de la Santa Inquisición frente a la obra de Galileo, y del Califa Omar frente a la biblioteca de Alejandría. Eso sí, el largo email no traía ni un argumento objetivo que demostrase por qué la norma alemana y los papers criticados son correctos, mientras las observaciones del “desconocido” estarían equivocadas. Otro investigador, inglés, comentó mi obra diciendo que no se deben criticar los papers porque el individuo criticado se puede cabrear. O sea que el tan mentado sistema de peer reviewing no es otra cosa que un vulgar intercambio de favores entre barones del sistema universitario: hoy por ti, mañana por mí. Los huesos de René Descartes deben estar retorciéndose en su tumba…
Aún quedan editoriales serias, que reconocen el derecho de autor a las obras originales. No sin antes verificar su contenido doblemente, porque el marketing también quiere su parte y el contrato entre un editor y un autor es en definitiva una transacción comercial. Lamentablemente, no he encontrado ninguna en España y por eso mis dos últimos libros son en inglés. Solo que, tal y como están las cosas, hasta los editores más sólidos y serios se tienen que adaptar al mercado. Por lo tanto, aquí lo tenéis: un libro open access para quien esté interesado en las miniturbinas eólicas, la lucha a la pobreza energética, y el derecho humano a la autosuficiencia, tan pisoteado con el “impuesto al sol” y sus equivalentes del resto de Europa (hacer clic sobre la imagen):

“Naides se sienta ofendido
pues a ninguno incomodo,
y si canté de este modo
por encontrarlo oportuno,
no es para mal de ninguno
sino para bien de todos.”
Final de Martín Fierro, de José Hernández