En Septiembre del año pasado tuve la suerte de ir a uno de los cursos para estudiantes de doctorado que organiza la Asociación Europea de Biología Molecular (EMBO). Una hora de nuestra apretada agenda se reservó para hablar de un tema constante en los últimos debates sobre vocaciones científicas: “Mujeres en ciencia”. Gerlind Wallon fue la encargada de guiarnos a través de los datos recogidos y las soluciones propuestas por EMBO para intentar mejorar nuestra situación en un mundo académico tan competitivo. Dejando a un lado estas medidas, que bien podrían ser copiadas por muchos centros de investigación, quiero llamar la atención sobre otro punto de la charla: la recomendación del libro “Delussions of Gender” (“Cuestión de sexos”, en español), de Cordelia Fine.
Se trata de un ensayo riguroso a la vez que entretenido donde la autora nos alerta de los peligros del neurosexismo, o la justificación de anticuados roles de género mediante novedosas e impresionantes técnicas de neurociencia. Esta curiosa tendencia ha sido popularizada por científicos como Simon Baron Cohen o escritores como John Gray, autor del famoso “Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus”.
Con un estilo mordaz y cargado de humor, Cordelia Fine critica muchos de los estudios publicados sobre este tema. Por ejemplo, el Doctor Simon Baron Cohen concluyó que las niñas son más empáticas y los niños más analíticos tras contar el tiempo que unos recién nacidos pasaban mirando a la cara de una persona o a un móvil colgante (por si hay alguna duda, parece que los niños miraban algo más de tiempo al móvil y las niñas a la cara). El estudio tiene muchos puntos criticables: falta de controles, fallos en la metodología, etc. Pero al margen de todo esto, ¿en qué se fundamente la idea de que lo que un bebé prefiera mirar tiene algo que ver con sus intereses futuros? Si le ponen un billete delante y lo mira antes que, pongamos, una barra de pan, ¿querrá eso decir que el acabará trabajando en el sector bancario?
Hacia la mitad del libro la autora decide enfrentarse al mundo de la libre interpretación de datos. Más concretamente, la libre interpretación de escáneres cerebrales o “blobology”, como ella lo llama. Se refiere a los mapas de colores (rojo, amarillo, verde, azul) que estamos acostumbrados a ver cuando nos hablan de que una u otra zona del cerebro está activa. Estas técnicas, que generalmente miden la cantidad de oxígeno consumido por las distintas partes del cerebro, se utilizan para sacar conclusiones sobre las funciones de la mente. Sin embargo- sin entrar en el debate de si mente y cerebro son lo mismo- no hay ninguna prueba que valide la interpretación lineal de datos tan ambiguos como los que se recogen hoy en día con estas técnicas. Cordelia Fine nos recuerda que la medida de la circunferencia craneal fue considerada una técnica sofisticada en su día. Tanto, que logró mantenernos a las mujeres alejadas de las urnas por mucho tiempo.
Además de todo esto, en el libro se señala un sesgo que conocemos muy bien los que alguna vez hemos peleado en un laboratorio: los resultados negativos no se publican. Así que todos los estudios que no han encontrado diferencias significativas entre hombres y mujeres deben estar guardando polvo en algún sótano, con su becario correspondiente.
Por otro lado, aún cuando se encuentran diferencias, hay que tener cuidado en cómo interpretarlas. En general, lo que compartimos más que lo que nos separa. Pongamos el ejemplo del test de rotación mental: hay estudios que prueban que los hombres son mejores que las mujeres reconociendo estas figuras. Pero si simplemente analizamos de cerca estos resultados veremos que las conclusiones a las que realmente llegan son: la mayor parte de personas –hombres y mujeres- tienen una habilidad media para reconocer estas formas, mientras que unos pocos hombres lo hacen algo mejor que la mayoría y unas pocas mujeres algo peor. Punto. Y todo esto sin cuestionar si la puntuación del test realmente se corresponde con la capacidad de análisis espacial de cada persona o hay otros factores en juego.
Nuestro cerebro posee una complejidad asombrosa. Es absurdo asumir que toda ella viene determinada desde nuestra concepción, simplemente través de nuestro material genético. Venimos dotados de una plasticidad casi mágica que nos permite moldearnos en nuestra interacción con el ambiente y la cultura que nos rodea. Cordelia Fine nos invita a pensar, a abrir los ojos y la mente. Si buscas una respuesta sencilla, quizá es mejor que no leas su libro.