Anda la red revolucionada por un artículo de la divulgadora Deborah García Bello publicado en Cuaderno de Cultura Científica. En su alegato por la libre elección de carrera de las niñas, Deborah García construye un discurso polémico por cuanto cuestiona la forma de muchos de los mensajes lanzados con motivo del 11F Día Internacional de las Mujeres y las Niñas en la Ciencia en los que se anima explícitamente a las escolares a elegir carreras STEM. El valor del planteamiento del artículo radica en ser capaz de aportar una crítica a un discurso que la autora del mismo considera unánime. Y la crítica, señoras, construye. Por eso, la propuesta de García Bello me parece brillante.
El mes de febrero ha llegado a saturarme por la sobreexposición de mensajes a veces demasiado naif. Soy consciente de la necesidad de contar con fechas marcadas para que los fuegos artificiales consigan captar la atención y fijar en la agenda pública temas que nos interesan, pero me salen ronchas al pensar que ese espectáculo de luces y colores oculte el trabajo constante que desde el ámbito de la comunicación científica se viene realizando todos los días del año para lograr una adecuada y justa (por seguir citando a Deborah García) visibilidad de las mujeres en ciencia.
El informe “Mujer y Ciencia” presentado por la secretaria de Estado Ángeles de las Heras el pasado 11 de febrero es una evidencia del desequilibrio que existe en el ejercicio de la actividad investigadora y profesional en las áreas STEM. No son las vocaciones las que corren el mayor peligro, sino el ejercicio de estas profesiones una vez que tenemos el título en la mano. Quizás habría que utilizar esas evidencias a la hora de plantear nuestras estrategias de comunicación. Así lo han hecho diferentes organizaciones vinculadas a la ingeniería al plantear programas específicos de mentoring que eviten el abandono de la profesión por parte de las recién tituladas. Y quizás informes como el de “Mujer y Ciencia” deberían utilizar como indicador el trabajo que las instituciones realizan por la igualad en el ámbito de comunicación científica.
El problema de la desigualdad de género es mucho más complejo que invitar a una niña a disfrazarse de Marie Curie, sin duda, pero flaco favor le hacemos simplificando nuestras críticas para ofrecer argumentos a quienes continúan sin ver el problema. Por supuesto que las niñas no necesitan ser Marie Curie; necesitan ser libres de elegir lo que quieran ser, pero para elegir requieren modelos algo más sólidos que la “Barbie peinados”. Necesitan referentes de mujeres dueñas de sus propias vidas y decisiones, independientemente de la parcela del conocimiento humano al que dedicaran sus vidas, aunque parece lógico que quien trabaja en comunicación científica busque entre las que lo hicieron en la actividad investigadora.
Los referentes son necesarios y no sólo “por si acaso” como señala Deborah García, sino porque, como saben quienes trabajan en psicología social, los modelos condicionan los comportamientos individuales. Estudié periodismo porque quería parecerme a un corresponsal de guerra de moda en los 90: Arturo Pérez Reverte. Nadie me contó que mucho antes que él otras mujeres como Sofía Casanova o Carmen de Burgos habían contado otras guerras para la prensa española.
Si comunicamos ciencia con las gafas moradas –no las rosa fucsia del mujerismo– evitaremos la simplificación de mensajes de la que habla Deborah García Bello. En ese sentido, creo que el artículo de los “Diez enfoques imprescindibles de una divulgación para la igualdad” recopilados por Pilar Perla a partir del debate celebrado en las últimas Jornadas D+I de Zaragoza resultan reveladores. Léanlos porque ahí está el modelo.
Yo entretanto iré buscándome el disfraz de Emilia Pardo Bazán, mi ídola.