¿Son tan precarias las teorías científicas?

¿Son tan precarias las teorías científicas?

ver_mas_allaLa ciencia tiene múltiples características gnoseológicas, y el escepticismo metodológico acaso sea de las más sobresalientes. Dicho esto, poner en duda la imposibilidad de trisecar de modo euclídeo un ángulo cualquiera equivale a considerar que 3 es un número par, y, también, presumir que el círculo puede cuadrarse con regla y compás manifiesta la nula comprensión del carácter irracional no algebraico (trascendente) del número π (pi). Así pues, conviene distinguir las ciencias analíticas, como por ejemplo la matemática, que incluye los casos anteriores, de las sintéticas, cuya piedra de toque es la medida calibrada de lo empírico.

Ahora bien, no nos es dado efectuar todas las medidas potenciales —ahí tenemos lo problemático del conocimiento inductivo— y siempre cabe que el resultado del experimento ulterior nos sorprenda, sin que ello implique temer que la Tierra sea un plano apoyado en cuatro elefantes y una tortuga, o los seres vivos seamos fruto de un diseño inteligente. Hay conocimientos tan firmes que, muy probablemente, solo algún grave trastorno invite a desconfiar de ellos.

En este punto, ¿de qué manera la einsteiniana teoría de la relatividad enmendó la plana a Newton? Preguntados los ingenieros que proyectan automóviles, barcos, aviones, puentes y edificios industriales en este siglo XXI nuestro, raudo advertimos que las ecuaciones usadas en todos aquellos casos pertenecen a la mecánica newtoniana. ¿Desperdició Einstein su tiempo entonces? La respuesta es no, si se sabe algo de física. Ciertamente las ecuaciones de Newton son un caso límite de las de Einstein cuando comportan velocidades muy inferiores a la de los fotones en el vacío y, por tanto, perfectamente útiles para construir, por ejemplo, los engranajes de un reloj de cuco. Sin embargo, gracias a Einstein la idea que hoy tenemos sobre la estructura del espacio y el tiempo es mucho más exacta y rica que la newtoniana. Además, esta mayor fidelidad en el conocimiento de tal estructura abrió las puertas de la humana mente, quizás con modestia, pero para no volver a cerrarse jamás. ¿Semejante apertura nos autoriza a tildar de “errónea” a la teoría newtoniana?

Con frecuencia hay quien afirma que son “erróneas” las teorías que trataron de explicar en el pasado las propiedades de la materia. Un enfoque así cae en el prejuicio de retrospectiva, cuando no en la falacia del historiador. Sin duda, la quintaesencia aristotélica permitió predecir la “inmutabilidad” supralunar, como entonces se constataba, comparada con los cambios vertiginosos operados en los cuatro elementos sublunares. ¿Y qué decir del flogisto? Ferdinando Abbri, en La chimica del Settecento, evidenció que no se trataba de una teoría y sí de una doctrina capaz de unificar muchos aspectos de la combustión, en la estela de los “fluidos imponderables” del s. XVII (salvo por su pesantez negativa) y en sintonía con el cartesianismo, el atomismo y lo newtoniano. Desacreditar, por el retrovisor y por extrañas, propiedades como el peso negativo del flogisto dieciochesco o las singularidades del éter decimonónico resultaría tan absurdo como desmerecer mañana la cuántica dualidad onda-corpúsculo o la relativista paradoja de los gemelos.

Por otro lado, para comunicar ideas abstractas los seres humanos empleamos el lenguaje, las palabras. Y, como todo artificio humano, éste también adolece de imprecisión. De ahí que, cuando hablemos de los constructos científicos corresponda ser muy cuidadosos: ¿Qué debe entenderse por teoría? ¿Y, por hipótesis? ¿Y, por principio? ¿Y, por ley?… Cuadra, pues, no confundir hipótesis tales como la visión “poliédrica” de los insectos con ocelos o la pretendida ventaja de unos alimentos sobre otros o el diluvianismo, con los grandes paradigmas de la biología (como que las moscas actuales y los seres humanos tuvieron un antepasado común), de la medicina (v. gr.: la epidemiología), de la geología (p. ej.: la tectónica de placas)… En tal sentido conviene caer pronto en la cuenta de que “teorías” como la inflacionaria del Big Bang, la de cuerdas y su derivada, la teoría M y la de los multiversos, son meras hipótesis a la espera del experimentum crucis que las aúpe al terreno de lo útil o las arroje al cubo de los desperdicios, donde encontramos la afirmación de que el aceite de semillas es más sano que el de las olivas, o que el agua tiene memoria homeopática.

Una de nuestras tareas cuando divulgamos ciencia es lograr que la ciudadanía se maraville de que, con herramientas tan básicas como las que viene desplegando desde que tuvo tiempo para admirarse de cuanto lo rodeaba y curiosearlo, el ser humano haya sido capaz de comprender con sólida raigambre que nuestro planeta orbita alrededor de una de tantas estrellas que pueblan otra de las muchísimas galaxias que tachonan el Cosmos, cuya vastedad y vejez apenas se imaginan, o que la materia que nos constituye tiene igual estructura y sigue idénticas leyes que la situada en el confín de lo que observan nuestros más potentes radiotelescopios o nuestros más ingeniosos microscopios de fuerza atómica, y que esas mismas leyes, sin más límite que el estadístico, hayan dado lugar tanto a la partícula más elemental como a moléculas tan complejas como el ADN.

Al cabo, interesa que quien se embarque en el estudio de las grandes teorías físicas, químicas, biológicas…, establezca su propio “paradigma”, siempre y cuando considere que el mundo está compuesto por objetos que interactúan con arreglo a leyes, que el mundo existe con independencia de quien lo investiga, que sus modelos sean refutables, tengan consistencia interna y coherencia lógica, que sean sistémicos de acuerdo con la unicidad de la ciencia y, sobre todo, tan simples en lo posible como precisos y útiles para seguir desentrañando los enigmas del Universo.

LAVOISIER QUÍMICA

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