¿Cuál es el precio de una vida humana? En torno a esta inquietante pregunta gira el documental La Gran Ola, del director Fernando Arroyo. Estrenada en España recientemente, la película aborda una realidad ignorada: el riesgo de tsunami en la península Ibérica. Aunque realmente va mucho más allá, indagando en los ingredientes de los que está hecha una catástrofe. Catástrofes que nunca son ‘naturales’, sino causadas por nuestra propia mano.

Vaya preparado el espectador: La Gran Ola es un documental sobrio, sin grandes efectos especiales ni dramatismo made in Hollywood. No los necesita. La realidad que describe supera con creces la ficción. En 2004 el terremoto de Sumatra (Indonesia) generó un tsunami que causó más de 200 000 víctimas en las costas del océano Índico. Su ocurrencia, aunque intuida por los geólogos, pilló desprevenidos a los científicos, la población y las autoridades. Sólo tras la catástrofe se puso en marcha el sistema de alerta de tsunamis del Índico. En 2011 el terremoto de Tohoku (Japón) provocó otro tsunami que mató a más de 25 000 personas y causó el grave accidente de la central nuclear de Fukushima. Y eso pese a la alta preparación de la población japonesa y al aviso de tsunami emitido por el sistema nipón de alerta temprana, el más avanzado del mundo. Las barreras anti-tsunami a lo largo de la costa estaban preparadas para olas de hasta 12 metros; las olas en 2011 alcanzaron en algunos puntos 35 metros de altura. Tres años antes los sismólogos japoneses habían hallado pruebas de un tsunami descomunal en el año 869; sus cálculos indicaban que, de repetirse, las olas superarían las barreras construidas. Científicos y autoridades estaban actualizando los códigos de seguridad, pero el tsunami llegó antes de que las medidas pudieran hacerse efectivas.

La Gran Ola habla de una amenaza que viaja a la velocidad de un avión comercial, pero que no puede detenerse con más controles en los aeropuertos. No habla de sitios lejanos donde ocurren eventos extraordinarios, como Indonesia o Japón; habla de nuestra casa: de España y Portugal. No habla de sucesos desconocidos o descubiertos hace poco; habla de un tsunami bien conocido y ampliamente documentado: el de Lisboa de 1755. Llamado así por la devastación de la capital lusa, afectó no sólo a Lisboa, sino a buena parte de la península. Las costas de Cádiz, Huelva y el sur de Portugal fueron arrasadas por un gigantesco tsunami, con olas de hasta 15 metros que ahogaron a miles de personas. La película plantea una sencilla pregunta: ¿qué va a pasar en la zona cuando llegue el próximo tsunami?
El director mantiene una tensión contenida durante la hora de metraje, gracias a la sabia combinación de música, imagen y un guion sustentado en las entrevistas a un gran número de personajes que ofrecen múltiples visiones de una misma realidad. Como María Belón, superviviente del tsunami de Sumatra y protagonista de la historia narrada en la sobrecogedora película Lo Imposible de Juan Antonio García Bayona.
La Gran Ola se abre con una cita de Ernest Renan: «la clave de la educación no es enseñar, es despertar». A partir de ahí la cinta nos sacude implacable para despertarnos ante lo que podría ser nuestra peor pesadilla. En un país donde a los ciudadanos se nos trata como niños, Fernando Arroyo nos trata como adultos, arrojándonos la cruda realidad a la cara, dejando a nuestros pies una botella con un mensaje cristalino: es nuestra obligación estar preparados. ¿Lo estamos?
Información y pases en cines: https://www.doclagranola.com/