He visto recientemente Agora, una película de alto presupuesto con la que Alejandro Amenábar pretendía conquistar el mercado norteamericano. Al parecer, las previsiones del cineasta no se han cumplido: la película está pasando sin pena ni gloria por los EEUU.
El relato retoma la figura histórica de Hipatia, una filósofa natural griega (a la que hoy en día llamaríamos científica) del siglo IV d.C. con el fin de llamar la atención sobre las tropelías cristianas en Alejandría, lugar en el que, bajo la protección de uno de los generales-herederos de Alejandro, se asentó una de las escuelas teológicas más importantes del primer cristianismo. Y puesto que en Alejandría fue donde se erigieron la famosa Biblioteca y el Museion (o Templo de las Musas), edificios que simbolizan la búsqueda del conocimiento, Amenábar utiliza el escenario griego-egipcio para crear la atmosfera adecuada de confrontación entre la ciencia y la religión. Recuérdese que en Alejandría estuvieron, en distintos momentos, filósofos naturales griegos de renombre, tales como Aristarco, Hiparco, Ptolomeo, Diofanto, Eratóstenes y Filón de Alejandría, y teólogos decisivos en la formulación del Credo de Nicea, tales como San Clemente y San Cirilo (el malo de la película).
Dejando de lado los errores y anacronismos históricos en relación a la política y la religión, me centraré en algunos de los anacronismos científicos en los que incurre Amenábar. El asesor científico del cineasta chileno-español, el historiador de la ciencia de la UAM Javier Ordóñez, me confesaba que tras leer el guión, advirtió a Amenábar acerca de tales errores extemporáneos. No obstante, el cineasta decidió proseguir con las escenas de marras tomando (no siempre) las debidas precauciones. Un repaso detallado sería demasiado largo, por lo que me centraré en dos escenas concretas:
1. En un momento de la película, Hipatia lleva a cabo un experimento similar al de Galileo y la torre de Pisa: deja caer un objeto desde lo alto del mástil de un velero con el fin de comprobar la posibilidad del movimiento terrestre. Aquí caben tres consideraciones. En primer lugar, aunque versada en astronomía y en geometría (figuras cónicas), no hay evidencia documental de que Hipatia tuviera en mente un modelo heliocéntrico. En segundo lugar, Amenábar atribuye a Hipatia la intuición de la ley de la inercia (en su caso, creo recordar, una ley de inercia circular) trece siglos antes de que Descartes, Galileo y otros establecieran, con mucho esfuerzo intelectual algo similar. Y en tercer lugar, Hipatia era una neoplatónica, lo que hace muy improbable (por no decir imposible) su recurso al método experimental como herramienta de conocimiento. La física experimental se inventó mucho más tarde de la mano de F. Bacon y Galileo.
2. En otra escena, aparece Hipatia junto a su esclavo dibujando figuras cónicas en la arena. Tras algunos ensayos infructuosos, la matemática griega experta en figuras cónicas acaba por descubrir el modelo geométrico que rige nuestro sistema planetario, adelantándose esta vez a Johannes Kepler: concluye que la trayectoria de la Tierra ha de ser una elipse, con el Sol en uno de sus focos. La proeza de Hipatia es aún más notable en cuanto que no dispone de los resultados de las magníficas observaciones de Tycho Brahe, que fueron claves en el descubrimiento kepleriano. Amenábar parece ser más precavido en esta escena, puesto que, tal vez recordando la advertencia de su asesor (Javier Ordóñez), se cuida muy mucho de que Hipatia no tenga tiempo material para documentar e informar a nadie de su descubrimiento. Desde el momento en que Amenábar se toma esta licencia histórica, habilmente acelera los acontecimientos de la película, dejando la sensación de que Hipatia se lleva con ella a la tumba el secreto astronómico.
La escena final de la película comienza mostrando los edificios religiosos en primer plano, y poco a poco la cámara se va alejando mostrando la pequeñez de los símbolos religiosos ante la inmensidad de los planetas, una alegoría perfecta, a ojos de Amenábar, para mostrar la superioridad de la ciencia (intemporal, objetiva, universal) sobre la religión (humana, temporal, subjetiva, local). En definitiva, Amenábar pretende transmitir con este recurso cinematográfico que los movimientos religiosos no duran más que un lapso de tiempo en relación al movimiento eterno de los astros.
Mientras la cámara se va alejando de la Tierra, haciendo con ello casi invisibles las catedrales cristianas que se van construyendo en Alejandría, aparecen unos textos en primer plano indicando los descubrimientos keplerianos siglos más tarde. Naturalmente, el espectador ignoto de la historia astronómica se va con la sensación de que Hipatia descubrió antes que Kepler el movimiento elíptico de los planetas.
En mi opinión, de las dos licencias históricas que se permite Amenábar, es más grave la primera, la escena de la Hipatia experimentadora. El descubrimiento de Kepler, aunque basado en la observación, es algo que puede considerarse más circunstancial, más contigente. Si no lo hubiera descubierto Kepler, quizás lo hubiera descubierto cualquier otro científico poco después. La experimentación, sin embargo, es algo que cambió de raíz el rumbo de los hombres en la Tierra. El nacimiento de la ciencia moderna (y de las civilizaciones modernas) se produce como consecuencia de dos sucesos de capital importancia: el nacimiento de las sociedades científicas (es decir, pasar de una ciencia “privada” a una ciencia “pública” evitando así que científicos como Hipatia mueran llevándose consugio sus descubrimientos) y la emergencia del método experimental.
En todo caso, se agradece que el cine recuerde a una figura notable como la de Hipatia. Y apesar de los anacronismos históricos, y dejando a un lado la polémica religiosa en la que se embarca Amenábar, es de agradecer que este cineasta haya tomado la ciencia como hilo conductor de su película. Seguro que, tras ver la película, hay más gente que conoce a Hipatia, Kepler… y que la Tierra describe una elipse alrededor del Sol, estando ésta en uno de sus focos.