El debate en torno al agua se apasiona dia tras dia. Pocas cosas conozco tan propicias a disparar la irracionalidad de las gentes, incluso en personas habitualmente sensatas y razonables. Es cierto que la vida nació en el agua, y que sin agua -esencialmente en fase líquida- no habría vida; pero la verdad es que se exagera ya demasiado. Y se oyen en la radio y en la tele, y se leen en los periódicos y revistas demasiadas exageraciones, medias verdades y con cierta frecuencia incluso auténticas majaderías que resulta difícil mantener el debido equilibrio.
Y todo se ha disparatado más porque ahora resulta que en Barcelona se prevé que, de seguir la actual sequía, pueda faltar agua dentro de unas semanas, o meses, que hay versiones para todos los gustos. De momento llevamos ya unas cuantas nevadas en el Pirineo -fuente importante del agua en la cuenca del Ebro- y parece que la primavera recién estrenada será, como debe, aceptablemente lluviosa; aunque en esto, ya es sabido que más allá de unos cuantos días, la previsión meteorológica no afina nada.
Pero ¿es tan nuevo el problema? Obviamente, no. Muchos sitios de España, en época de escasez de lluvias por una u otra razón -incluído Galicia, este año, y hace unos años la mismísima San Sebastián-, temen por la escasez de su recurso hidrológico. Para beber, claro, diría el sensato lector. ¡No! Para regar el césped del jardín, como decía el otro día en la SER, medio en broma, una ilustre periodista… O sea, que se estima normal que en el área mediterránea -en Valencia, desde donde escribo, la pelea por el agua hace furor desde hace años, por razones tan políticas como la de Aragón, en signo inverso- se rieguen jardines y céspedes para que estén como en… Dinamarca o Escocia. Y, por supuesto, todos nuestros váteres tiran agua potable para lavar las caquitas y el pis de todos los españolitos, lujosos ellos, cuyos desechos orgánicos no merecen menos que eso.
Hemos perdido la sensatez. Y hemos olvidado que las necesidades de agua se pueden al menos establecer en tres escalones diferentes: el más imprescindible, el imperdonable que falte, es el agua de beber. En un país rico, difícilmente faltará nunca porque somos capaces de comprar agua embotellada a un precio entre mil y tres mil veces más caro que el agua del grifo; y, claro, ésta la tiramos por el váter…
El segundo es el agua agrícola, para regar campos cuyos cultivos constituyen una industria difícilmente rentable que hay que apoyar entre otras razones para que el campo no se despueble, como viene haciendo desde hace decenios. El agua agrícola no es una necesidad vital -no nos moriremos de hambre en un país rico porque no cultivemos alfalfa o tomates-, pero sí es una necesidad económica y social de menor importancia que el agua de beber, pero realmente sustancial. Hemos de incluir los campos de golf, que en cierto modo son "cultivos" especiales con alto rendimiento; los aficionados pagan muy caro su deporte, y eso costea muchos salarios e incluso el agua reciclada o lo que sea. A mi no me gusta el golf, ni aun menos las urbanizaciones que se construyen a veces en su entorno. Pero son estos campos mucho más rentables que muchos cultivos que tanto se protegen.
Por último, está el agua de uso suntuario; por ejemplo, para regar céspedes o jardines, para piscinas -¿os habéis fijado en lo ridículo que resultan, vistas desde un avión, esas urbanizaciones de casitas amontonadas, pero cada una con una piscina que ocupa casi todo el terrenito libre que deja la parcelita?- o para cosas así. En caso de clima seco, como el que predomina en buena parte de España, estos usos resultan no sólo dañinos sino francamente ridículos. A no ser que paguen el agua no ya a un euro o menos el metro cúbico, sino a un euro el litro, como el agua embotellada en las autopistas.