Por norma general cuando pensamos en comunicación científica nos vienen a la cabeza imágenes de periodistas y conocidos presentadores de televisión o del responsable de un gabinete de comunicación de una universidad o centro de investigación interesados en dar a conocer sus últimos descubrimientos. Sin embargo, y a pesar de que su labor afecta a millones de ciudadanos, rara vez pensamos en aquellos que trabajan para empresas privadas o en asuntos políticos.
En Bruselas, además de muchas prisas y comidas de negocios, también hay mucha ciencia. Se calcula que hay más de 30.000 funcionarios europeos y otros tantos profesionales trabajando en el sector de las relaciones institucionales y las relaciones públicas – los lobistas – que provienen de distintos grupos de presión: patronales y asociaciones europeas, ONGs, colegios profesionales, compañías, consultores. Muchos de ellos lidian a diario con temas científicos y el resultado de su trabajo se convierte en políticas y leyes que controlan desde lo que comemos hasta el combustible que ponemos en nuestros coches.
Hay sin duda sectores donde los debates científicos son más importantes que en otros. Por ejemplo, todas las políticas que tienen que ver con la agricultura, la nutrición, la cosmética, los plásticos o la energía van a tener siempre un trasfondo científico de gran envergadura. Regular las substancias que se pueden emplear en determinados artículos, el tipo de energía que más nos conviene o si debemos poner nanomateriales en nuestro champú son, al fin y al cabo, discusiones científicas donde hay mucho en juego.
Por citar un ejemplo reciente, en los últimos años ha habido un continuo toma y daca sobre el glifosato, el principal componente activo en el conocido herbicida ‘Roundup’. Después de un gran número de publicaciones y evaluaciones científicas todavía no hay un acuerdo definitivo sobre sus posibles efectos nocivos. En Europa, por ejemplo, la Agencia Europea de Sustancias y Mezclas Químicas (ECHA) ha dicho que no es cancerígeno pero, sin embargo, agencias de otros países han llegada a la conclusión contraria.
El ping pong político no ha terminado todavía y las autoridades comunitarias y nacionales se siguen pasando la patata caliente mientras ONGs y asociaciones de consumidores aumentan la presión y sus esfuerzos en movilizar a la ciudadanía. En la UE el uso del glifosato se va a revisar a finales de 2017 pero mas allá de quien tiene razón en el asunto, que no es el motivo de este artículo, lo que hemos podido observar en estos años es cómo se ha utilizado la ciencia para comunicar puntos de vista diametralmente opuestos.
Evidentemente, nadie va a estar en contra de proteger a los ciudadanos pero los debates actuales se han politizado sin control y en ellos la ciencia ha pasado a un segundo plano. En algunos casos las partes interesadas la han manoseado tanto que se ha convertido en moneda de cambio con escaso valor. “Mi ciencia contra la tuya” es una frase que por desgracia se escucha bastante a menudo. ¿Por qué hemos llegado a esta situación? ¿Qué podemos hacer como comunicadores científicos?
En la raíz del problema está falta de confianza en la industria, lo cual no es de extrañar porque abundan los casos donde se han manipulado estudios y ocultado pruebas. El resultado es que cualquier tipo de investigación o test realizados por una compañía acaban siendo menospreciados y tachados de incompletos o “amañados”. El segundo gran componente en esta ecuación es que en muchos casos aquellos encargado de tomar la decisión final no tienen los conocimientos necesarios para analizar las pruebas científicas que las distintas partes esgrimen como la verdad absoluta.
El hilo conductor de muchos de estos debates es la mala comunicación. Las empresas no saben cómo conectar con los políticos y mucho menos con los ciudadanos. Durante años se han encerrado en sus torres de marfil esperando a que capee el temporal. Esto, por suerte, está cambiando y empezamos a ver iniciativas por parte del sector privado que intenta ser mas abierto y transparente. Lo mismo se puede aplicar a las instituciones donde se han intentado mejorar los mecanismos existentes para poder lidiar con este tipo de asuntos. Todavía queda mucho por hacer para que el diálogo sea más fluido y dé cabida a todas las partes interesadas.
Para evitar el peligro de caer en una ciencia de bombo y pandereta, lo primero que debemos hacer como comunicadores es educar a nuestra audiencia. Y no se trata sólo de diseccionar difíciles teorías científicas y los entresijos de nuevas tecnologías. Se trata también de explicar cómo funciona el mundo de la ciencia, cuáles son los actores principales y sus intereses.
Al igual que es necesario que la gente comprenda cómo funcionan los medios de comunicación, es importante que los ciudadanos entiendan cómo se tratan los asuntos científicos. Las empresas quieren vender, los políticos que los voten, los investigadores que los financien. Ser más consciente de cómo funcionan estos ciclos nos puede ayudar a ser mas críticos y evitar miedos infundados. Es nuestra responsabilidad como comunicadores exponer las distintas interpretaciones y argumentos.
En cuanto a la labor de concienciación, cabe destacar el trabajo de organizaciones como “Sense about Science” que aboga por más transparencia y honestidad en el tratamiento de temas científicos para cimentar de forma más sólida los debates públicos y políticos. Algunas de sus campañas emblemáticas se centran en educar a niños y mayores sobre la importancia de buscar pruebas científicas detrás de artículos y noticias de dudosa validez. También trabajan con políticos para concienciarlos sobre la necesidad de tener pruebas y no dejarse llevar por opiniones o emociones infundadas.
Por último, para poder cambiar el círculo vicioso que a menudo rodea a la ciencia, es necesario que los comunicadores no renieguen oportunidades para trabajar en compañías y asociaciones industriales. Ellos son actores importantes en el tejido socioeconómico en el que vivimos y es vital que cuenten con los mejores profesionales para poder recuperar la confianza que se ha ido erosionando y también para establecer nuevos lazos y plataformas de diálogo. Esta claro que hablando se entiende la gente, pero es importante saber de lo que se habla y poder explicarlo con precisión y claridad. Solo así lograremos que ciencia, industria y política puedan convivir en armonía.
Fotos
Parlamento Europeo en Bruselas de WL~commonswiki
Fumigadora de Chafer Machinery