
Por mucho empeño que le ponga no logro cerrar la boca cada vez que escucho a cierto tipo de experto derramar su sabiduría sobre esto de la comunicación. Ojiplática he asistido durante los últimos quince años –el tiempo que hace que me pasé a este lado de la trinchera- al alarde de ignorancia con la que muchos sabios han aliñado las estrategias de comunicación de empresas, universidades y centros de investigación.
Estoy convencida de que no puedo ser la única a la que machaque su úlcera cada vez que oye a alguien diseñar su propio plan de comunicación. Una web, un logo en power point, un par de llamadas al diario local y ríete tú de la Cocacola y del engagement.
Afortunadamente, alguien parece haber puesto algo de sentido común a todo esto. Empezaron en Bruselas y deberíamos seguir Pirineos abajo. Hablo de las convocatorias competitivas de financiación en las que los planes de “comunicación cuñada” han sido borrados de un plumazo.
En H2020, la comunicación se ha equiparado a las estrategias de diseminación y explotación de resultados, componiendo esos tres planes el abecé de cualquier proyecto que pretenda alcanzar un impacto social adecuado, tal y como exigen las convocatorias del nuevo programa europeo.
En España, la reciente convocatoria de financiación de proyectos de I+D del Programa Estatal de I+D+i Orientada a los Retos de la Sociedad, por un lado, y del de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia, por otro, ambos financiados por el Fondo Europeo de Desarrollo Regional, suponen una oportunidad para demostrar que caminamos por la misma senda que el resto de instituciones científicas europeas. Si las propuestas que se presentan a Bruselas cuentan con planes de comunicación profesionales diseñados atendiendo al objetivo de maximizar el impacto social de los resultados ¿por qué vamos a seguir conformándonos con el amateurismo comunicativo?
La mayoría de las Universidades y buena parte de los centros públicos de investigación se han dotado en los últimos años de una herramienta que les puede allanar el camino. Hablo, como casi siempre, de las Unidades de Cultura Científica y de la Innovación, capacitadas sobradamente para asesorar a los equipos de investigación en el diseño de planes de comunicación para sus proyectos; estrategias que pueden formar parte de los gastos financiables de los proyectos y que, por tanto, pueden contar con el apoyo de los profesionales externos de la comunicación científica.
La pelota está en el tejado de quienes evalúan las propuestas. Sólo si se atiende a la excelencia en todas las fases de los proyectos, la comunicación profesional tendrá la oportunidad de contribuir a que la ciencia mejore la vida de la ciudadanía. De lo contrario, mi úlcera seguirá expandiéndose en la infinitud de la ignorancia, las perogrulladas y el cuñadismo.