Probablemente, Charles Darwin estaría en la lista de los cinco científicos más influyentes de la historia, incluso si la lista fuera hecha por creacionistas en su versión posmoderna del diseño inteligente, que supongo que se llama sí para distinguirlo del diseño tonto. Charles Darwin supo ver como un todo y explicar de manera científica, coherente, demostrable en laboratorio, lo que muchos otros llevaban mucho tiempo atisbando. La edad de la Tierra, las relaciones entre los seres vivos, los cambios y las adaptaciones, las conchas fosilizadas monte arriba, los fenómenos geológicos… no parecía sensato tener que recurrir a la religión y a la acción divina para explicar estos fenómenos. Darwin, con un viaje y una finca, fue capaz de darle la vuelta a la historia natural. Bueno, un viaje, una finca, los contactos de un caballero con posibles, la posibilidad de vivir de las rentas toda su vida, una notable destreza para establecer redes y, sobre todo, una sobresaliente capacidad para pensar al margen de las convenciones. Con estos mimbres y observando percebes, planicies, orquídeas, glaciares, pinzones, gusanos, terremotos y algunos otros seres vivos y fenómenos naturales, encontró el mecanismo mediante el cual la vida se perpetúa, la manera en la que se ha desarrollado en nuestro planeta.
Si los periodistas científicos decimos, casi como un mantra, que es necesario especializarse, que solo harán bien su trabajo quienes sepan, quienes conozcan sus fuentes y sean capaces de hacer las preguntas adecuadas porque saben de qué va la historia (claro, esto es, o era, aplicable a la esencia del periodismo, pero esa es otra historia), si decimos que para ser bueno en esto hay que estar verdaderamente dedicado a ello, entonces yo digo que una parte básica del trabajo del periodista científico es leer libros. Sí, de acuerdo, todos los periodistas han de leer muchas novelas para escribir correctamente (ya que estamos: El hombre que amaba a los perros, de Leonardo Padura. Excelente); en nuestro caso, además de novelas, es necesario leer ensayos de divulgación, libros científicos, reflexiones sobre la materia a la que nos dedicamos. Y biografías.
Janet Browne, historiadora de la ciencia británica, ha publicado una biografía de Darwin apasionante e implacable, capital, definitiva, imprescindible para todos aquellos que alguna vez quieran decir algo del padre de la evolución. Este monumental trabajo es de una sagacidad y reúne tal cantidad de información que será muy difícil encontrar otro que le haga sombra. La precisión en el dato de Browne es la precisión que buscaba Darwin toda su vida, la gran acumulación de datos que hizo que tardara veinte años y cinco versiones hasta que dio a la imprenta, en 1859, su Sobre el origen de las especies. Pero, sobre todo, se trata de una biografía que permite entender cómo fue posible que surgiera ese pensamiento revolucionario y, sobre todo, cómo fue posible que echara raíces.
A lo largo de las 1.400 páginas que componen los dos volúmenes, Browne repasa con detalle cada rincón de la vida de Charles Darwin, los distintos vericuetos recorridos, los cruces con personas, las lecturas y las influencias. Y traza un cuadro en el que se ve la red de contactos en la que estaba inmerso un caballero de la alta burguesía rural, aficionado a la naturaleza, estudiante en Edimburgo y titulado por Cambridge. Una red que, en primer lugar, le permite ocupar un puesto de naturalista para acompañar al capitán del navío que la Armada había decido enviar a dar la vuelta al mundo en un viaje de exploración. Darwin iba para que el capitán FitzRoy tuviera con quien hablar, pero de aquellos cinco años de travesía (la mayor parte del tiempo pasada en tierra mientras el barco hacía batimetrías y mapas de la costa) se trajo una visión del mundo y de sus procesos biológicos y geológicos novedosa.
De la mano del libro Principios de geología, de Charles Lyell, (el Darwin de la geología), de quien luego sería íntimo amigo, su primera vocación de geología le llevó a tratar de comprender los tiempos geológicos. Era la ciencia por excelencia y fue su puerta de entrada a la comprensión de los tiempos. Hasta entonces el relato bíblico del Génesis se tenía por verdad revelada de manera literal, así como las diversas genealogías desde entonces hasta hoy. James Ussher, obispo del siglo XVII, había calculado que la edad de la Tierra era de 4.004 años, y eso era completamente incompatible con las evidencias geológicas que se iban describiendo y, en concreto, con la obra de Lyell.
Por la pampa argentina, armado con su volumen de geología y con su capacidad de observación, repuesto de los mareos náuticos, Darwin contribuyó, junto a otros, a ensanchar el tiempo de formación de la Tierra. El descubrimiento de diversos fósiles ayudó también a confirmar sus hipótesis, pero, sobre todo, el primer motor de cambio, el que le produjo las primeras disputas con el tradicionalista capitán FtizRoy era la percepción geológica. Darwin se pasó los cinco años del viaje recolectando especímenes de todo tipo de plantas y animales, que enviaba cuidadosamente embalados a su propio nombre o al de sus amigos y profesores de Cambridge. Así, consiguió que a su regreso ya fuera casi una leyenda por la cantidad de flora y fauna recogida, una parte de ella ya publicada gracias a los buenos oficios de John Stevens Henslow su profesor de botánica en Cambridge.
A su regreso, sin saber aún muy bien a qué dedicarse, empleó algún tiempo en organizar su vida, en buscar una esposa adecuada, tender redes sociales y labrarse una posición en la sociedad. Y así, de manera metódica, ensayó una y otra vez con plantas y animales para ver cómo se adaptaban a las condiciones naturales, cómo la descendencia seguía las líneas genealógicas, escribiendo y pidiendo favores a sus corresponsales en todo el Mundo, literalmente todo el Mundo, cruzando datos de criadores de palomas, caballos, ovejas, orquídeas o lo que fuera.
Con todo ese bagaje fue capaz de levantar un edificio intelectual que aún sigue en pie y que goza de excelente salud. Y Janet Browne nos permite recorrerlo con detalle y disfrutar de un apasionante viaje a lo largo de la vida de Darwin: desde luego, un excelente homenaje en este año en el que se cumple los 200 del nacimiento de este autor trascendental para formular la concepción que sobre nosotros mismo tenemos.
Charles Darwin. Viajes (vol. I) El poder del lugar (vol. II)
Janet Browne
Universitat de Valencia, Valencia, 2009, dos volúmenes.
Antonio Calvo Roy