A la luz del crecimiento de las iniciativas de Acceso Abierto, esto es, el acceso gratuito a artículos científicos en Internet, hoy parece que al saber científico se le ofrece la posibilidad de universalizarse como nunca antes (a pesar de que la iniciativa no carece de detractores). Uno de los argumentos más utilizados por los defensores del acceso abierto es presentar los artículos científicos y culturales (o la Ciencia y la Cultura, con mayúsculas platónicas) como un Bien Común que ha de ser accesible sin barreras por todos los ciudadanos, sobre todo si ha sido financiado con dinero público.
Esta caracterización del conocimiento como bien común, aparte de ser muy del provecho de los propios científicos para acceder a cualquier artículo en cualquier momento y desde cualquier lugar, sugiere la posibilidad de utilizar el acceso abierto como herramienta para que los comunicadores y los ciudadanos se involucren más en la dinámica y en los valores de la ciencia. Con el Acceso Abierto el conocimiento estará al alcance de todo aquel que quiera y sepa hacer uso de él, si bien es obvio que seguirá siendo necesaria la labor de los comunicadores y de los periodistas científicos, que sirven de enlace entre el interés de los lectores ávidos de novedades científicas y las complejas publicaciones de los expertos.
Los motores de búsqueda digitales, artefactos sin par en el arte de encontrar plagios y autores que se repiten, promete facilitar que alcancemos la deseable y quizá saludable situación de leer más para publicar menos y mejor. Esto podría fructificar en una menor presión en la obligación de los investigadores por publicar en sus respectivos medios de difusión académicos e incrementar así su tiempo y su disposición por hacer llegar sus logros a la ciudadanía. Con el Acceso Abierto, los artículos científicos estarán a un clic de cualquier cibernauta, y una ciencia menos alejada no sólo acerca al lector no experto a los contenidos científicos sino que contribuye asimismo a incrementar el interés de los propios científicos a divulgar su trabajo entre aquellos que, dicho crudamente, financian indirectamente sus actividades a través de fondos públicos. Naturalmente, el Acceso Abierto no redundará en un mayor interés por parte de los ciudadanos en leer y (si son capaces) en comprender la ciencia profesional, pero pondrá a su disposición las herramientas para profundizar en sus conocimientos si eso les satisface, les facilitará el acceso a las fuentes originales que el periodista cita, y permitirá contemplar de primera mano en qué consiste un pilar importante de esa cosa llamada ciencia, a saber, publicar y difundir profesionalmente la ciencia. De este modo se le ofrece la posibilidad de cotejar lo que por otros canales y medios de comunicación menos especializados se informe, lo cual redundará en su confianza.
No todos los visitantes de museos somos expertos en arte, sea este pictórico, escultórico, o de otro tipo, lo cual no impide que de vez en cuando queramos ser espectadores de sus interioridades y nos arriesguemos a dar una opinión acerca de lo visto. La curiosidad por contemplar las obras de arte no tiene porqué ser siempre proporcional al grado de conocimiento, lo mismo que la atenta escucha de una ópera no requiere ser docto en composición musical, aunque debe admitirse que esto último ciertamente ayuda. El acercamiento a la ciencia, ya sea sentida con experimentos o leída en libros, no se agota del todo con la visita a museos científicos, con la manipulación de artefactos y con el aprendizaje de fórmulas y conceptos, sino que tiene una componente adicional (hasta hace pocas fechas olvidada): la comprensión de su dinámica social. En otras palabras, los científicos siguen una serie de procedimientos, se ajustan a una serie de normas, y se relacionan entre sí de una manera que es genuina a la ciencia y que la ha hecho destacar sobre las otras formas humanas de conocimiento. No todas las disciplinas científicas se mueven con la misma cadencia ni comparten los mismos supuestos, métodos y culturas de investigación, a pesar de que sí parecen tener entre sí algo que las une, un cierto aire de familia wittgensteiniano.
Esta nueva forma de ver la ciencia debería contribuir a que el ciudadano visualice la ciencia como un producto cultural hecho por personas que discuten, que discrepan, que en algunos casos engañan, y que en última instancia alcanzan un consenso acerca de lo que ha de ser admitido como verdadero por y para la ciencia de la época. Se trata de mostrar toda la cadena de montaje que lleva a la creación de una nueva teoría científica. Si allá por el siglo XVII la cosa empezaba por las cartas, hoy en día el asunto comienza con e-mails informales, pero puesto que éstos no son accesibles, nos quedan los artículos que los científicos cuelgan en repositorios digitales como por ejemplo arXiv.org. Acceder a ver un artículo original debería ser percibido como si se accediera a ver un cuadro o una escultura artística, y aunque tal acceso no ha de consistir necesariamente en la obligación de comprenderlo, sí ha de permitir ejercer el derecho de admirarlo. El acceso universal y democrático a la cultura sería incompleto sin la ciencia puesto que ésta no sólo ha avanzado en base a concatenaciones teóricas y revoluciones conceptuales, sino que ha utilizado con éxito una serie de instrumentos creados “artesanalmente” y un conjunto de procedimientos sociales que, con el desarrollo de la tecnología digital y la imparable emergencia de Internet, empieza a estar a la vista de todo aquel que lo quiera ver.