
Los colegas de Apia organizaron el viernes 24 de abril un debate sobre bulos y coronavirus para el que tuvieron la amabilidad de permitirme compartir el estrado virtual con Arturo Larena, director de Efe Verde y viejo compinche del periodismo científico y ambiental. El diálogo, de unos 45 minutos de duración, puede verse aquí. Con esta percha elaboré un decálogo, con una coda de propina, que pongo aquí a disposición de periodistas, comunicadores científicos y todas aquellas personas que han convertido en su lema aquello de “para ti que comprobarás lo que otros han dicho”, tal y como cantaba en la celebérrima Para ti Fernando Márquez, con su banda, Paraíso.
Según la web de Maldita.es, llevamos, desde que estalló la crisis, una media de unos 10 bulos al día sobre el coronavirus y la covid-19. Esta plataforma lleva un control todo lo riguroso que es posible sobre los bulos; sin embargo, el número de crédulos es incalculable, incluso para Maldita. Y eso es, probablemente, lo más llamativo en toda esta desgraciada historia.
No los mentirosos, los aprovechados, los jetas, los sinvergüenzas: lo más llamativo es el alto número de crédulos. Decía Cajal en su El Mundo visto a los ochenta años, que las personas disponen de “reservas inagotables de fe en lo sobrenatural o simplemente en el absurdo, al cual se aviene, reverente y sumiso, con tal que lo defiendan elocuentemente personas prestigiosas, radiantes de voluntad dominadora y nada negligentes de la escenografía.” Y, como tantas veces se ha escrito, y el recientemente fallecido Mario Bunge repetía sin cesar, la credulidad no tiene nada que ver con la formación intelectual.
Es, aun en estas circunstancias, extraordinariamente llamativo pensar que es verdad algo que dice alguien que ni si siquiera es tu cuñado, alguien que en el mejor de los casos no sabes quién es o tiene un nombre imposible, claramente un pseudónimo, o, peor aún, es algún reconocido y recalcitrante mentiroso. Por eso es muy útil consultar las plataformas de verificación, Maldita.es, Newtral, Civio o la de la Agencia EFE, que se dedican a comprobar la certeza de lo dicho.

Ya sabemos que las redes son incontrolables, así como el número de emisores de bulos y, lo que es peor, siempre será mayor el número de crédulos propagadores de tontunas. Sin hablar de quienes, como Ana Risa Quintana, utilizan su privilegiada tribuna de Tele Cinco para dar pábulo a teorías conspiranoicas sobre la creación del virus o similares. Pero el fenómeno, aunque ahora nos empeñemos en denominarlo en inglés, no es nuevo. Bulos en la historia ha habido siempre y algunos de ellos siguen vigentes 20 siglos después de haber sido lanzados: por ejemplo, Nerón no estaba en Roma el día del incendio, que fue fortuito, no causado por el emperador para distraerse.
También se sabe que el Maine, el barco de la marina estadounidense cuya explosión dio origen a la guerra de Cuba, en 1898, no fue hecho explotar por los españoles, fue un accidente fortuito, pero esa mentira, creada y multiplicada por los periódicos, fue la excusa para empezar la guerra. La prensa amarilla, que acababa de nacer en Estados Unidos, alcanzó ahí su mayoría de edad con la carrera por la mentira más gorda entre el World, propiedad de Joseph Pulitzer, sí, el de los premios, y el Diario de Nueva York, de William Randolph Hearst.
Francisco Pina Polo, historiador especializado en Roma, autor del trabajo Testimonios falsos, copias, falsificaciones, manipulaciones y abusos del antiguo documento epigráfico, aseguraba hace pocos días en National Geographic que “la propagación de noticias falsas siempre ha existido y que lo único que ha cambiado ha sido la manera en que éstas se han difundido”. La velocidad es el principal cambio, la imbatible suma de electricidad y telecomunicaciones.
Eso significa que, igual que el virus SARS-CoV-2, que causa la covid-19, se contagia mucho más fácilmente que otros virus, la capacidad de contagio de estos bulos es muchos órdenes de magnitud mayor que los bulos romanos, que se contaban en la plaza del mercado y circulaban solo de boca en boca o, más precisamente, como se dice en francés, de boca a oreja.
Por eso en la AECC publicamos hace unos días en estas mismas páginas una guía de fuentes fiables para informar, e informarse, de la pandemia. A esa guía es bueno añadir este decálogo, elaborado espigando en jardines propios y ajenos, que reúne sencillas normas para evaluar eso que no son noticias —por definición una noticia es un hecho cierto, o debería— y que nos inunda por todas las redes. Diez puntos básicos y una coda muy personal.
- 1. Desconfía hasta de ti mismo. Si una noticia te parece cierta solo porque confirma tus sesgos, desconfía.
- 2. Desconfía de quien habitualmente manda falsedades. Haz tu propia lista negra de embaucadores.
- 3. Googlea lo llamativo. No leas solo el titular y ponlo en el buscador. Si es cierto, otros lo habrán contado ya.
- 4. Contrasta las informaciones raritas. Ya sabes que, así como un gran poder conlleva una gran responsabilidad, una noticia muy muy rara exige ser contrastada por partida doble. O triple.
- 5. Mira de donde viene la cosa. El nombre, la imagen que tenga. No des crédito a anónimos. Y tampoco te creas que por tener un logo conocido lo que diga viene de esa firma, puede haber sido manipulado.
- 6. Desconfía si en vez de apelar a tu inteligencia es una información que apela al corazón o a los bajos instintos. Si te conmueve mucho, quizá sea falso.
- 7. Si te piden que lo creas, desconfía; si cita fuentes rarunas, desconfía. Si tiene números, piénsalos fríamente por si son disparatados.
- 8. Si es una cadena de Whatsapp y te pide que lo compartas con todos tus contactos por el bien de la humanidad, seguro que es una trola.
- 9 . Consulta a los desmentidores habituales, Maldita.es, Newtral, Civio. Agencia EFE, etc.
- 10. No compartas tontunas.
- 11. Por cierto, no hace falta utilizar eso de fake news: son bulos, bolas, camelos, patrañas, trolas, paparruchadas, infundios, fraudes, chismes, cuentos, fábulas, habladurías, infundios, rumores, calumnias, engaños, artificios, traiciones, enredos, falacias, falsedades, falsías, hipocresías, embustes, inventos, farsas, trampas. O sea, en definitiva, mentiras podridas.