
José Luis Orihuela, profesor de la Universidad de Navarra, y la periodista Rocío P. Benavente, en un mano mano sobre teoría y práctica en Ciencia en Redes 2018. Foto: Twitter
Hola, soy Elena Lázaro me apasiona subir montañas, el mar en invierno y husmear en los archivos y hemerotecas. Creo que la próxima vez que asista a un evento de la Asociación Española de Comunicación Científica voy a usar esa presentación cuando empiece la sesión de “Divulgadores anónimos”, ese momento en el que solemos aprovechar para contarle al resto de las personas presentes quiénes somos, a qué nos dedicamos y qué buscamos asistiendo a jornadas como ésas.
Lo pensé en la última edición de ‘Ciencia en redes’ escuchando a Ángela Bernardo y a Rocío Pérez. Ambas advirtieron en un momento de charlas que debemos ser conscientes de que a la inmensa mayoría del personal, la ciencia se la trae al fresco. Ellas fueron mucho más elegantes cuando lo argumentaron, pero voy corta de espacio en este post. De hecho, las suyas fueron dos de las intervenciones más lúcidas e intelectualmente estimulantes de las jornadas, pero en el fondo venían a confirmar lo que quienes trabajamos en la organización de eventos de promoción de la cultura científica sabemos y la Encuesta de Percepción Social de la Ciencia confirma: sólo el 16% de la población española sigue con interés los asuntos relacionados con la ciencia. Por eso cuesta llenar una conferencia de física teórica y por eso, como dijo Marga Sánchez Mingo en la misma jornada, nos rompemos la sesera buscando fórmulas que dulcifiquen la imagen de la ciencia para hacerla “digerible”: ciencia y arte, ciencia y Semana Santa, ciencia y sexo, hasta ciencia y fallas.
Un 16 por ciento. Con ese dato, cualquiera haría el petate y dedicaría su esfuerzo y su vida a causas más realistas. Es más, atendiendo a la argumentación de José Luis Orihuela sobre la desmasificación de la comunicación pública, eso significaría que los contenidos informativos relacionados con la ciencia seguirían llegando masivamente a ese 16% interesado, pero desaparecerían de los timelines, muros o búsquedas del resto.
¡Nadie sabría que ha muerto Stephen Hawking!
Semejante distopía tiene, sin embargo, un par de objeciones que nos permiten no caer en el nihilismo definitivo. La primera se deduce de la matización que el propio Orihuela introduce a su primer cambio de paradigma cuando afirma que los menús informativos “a la carta” no sustituyen a los “menús del día” porque la agenda pública sigue existiendo como necesidad del propio sistema. La diferencia ahora, creo, es que a los movimientos sociales les resulta más fácil llegar a ella. El caso del feminista ha sido un ejemplo revelador en este sentido. Décadas de paciencia de las mujeres que protagonizaron las luchas de los 70 y 80 en España han valido la pena para llegar fuertes al tsunami “feminazi” y descarado de las jóvenes. Juntas han conseguido meter sus reivindicaciones en la agenda y convertir una causa justa incluso en el lema de las camisetas de Inditex en un intento del propio sistema de fagocitar un movimiento que acabará atrangantándosele. Ignoro cuántas eran, pero no creo que hace diez años fueran muchas las que se hubieran atrevido a lucir orgullosas una camiseta que las definiera como feministas. ¿Quizás un 16%? Si fuera así ¿qué tal aprender de las viejas feministas algo de paciencia, esfuerzo y trabajo teórico a lo largo del tiempo? ¿qué tal seguir sembrando para recoger la cosecha una ciudadanía crítica y culta? Si son pocas esas personas ¿qué tal si trabajamos porque sea ese 16 por ciento y no los antivacunas, los xenófobos o los corruptos quien ocupe esos nodos que provocan el espejismo de la mayoría del que habla Clara Grima?
Si fuese así, no habría que lamentarse como parecían –insisto, parecían- hacer Ángela Bernardo o Rocío Pérez, porque es ahí donde radica la segunda objeción a la distopía: en los objetivos que nos marcamos.
A la mayoría de la gente no le interesan los contenidos científicos ¿y?
Hola, soy Elena Lázaro me apasiona subir montañas, el mar en invierno y husmear en los archivos y hemerotecas. En mi vida civil elijo antes a Gabriel García Márquez que a Carl Sagan.
Como recordó la propia Ángela Bernardo en su charla, atribuyéndole la cita a Antonio Calvo y a Pampa García Molina, no necesitamos hooligans de la ciencia. Dejemos de insistir en seguir creándolos. Será menos inquietante -¿alguien se imagina un país lleno sólo de fans de Big Bang Theory?- frustrante y, como dice la maestra del feminismo Anna Freixas, nos saldrán menos arrugas.