Yo voto Granada

Yo voto Granada

Autora: Elena Lárazo Real

Sólo quienes viven en una ciudad histórica saben calibrar el peso del pasado. Heredar calles pisadas y paseadas durante siglos puede convertirse en una responsabilidad a veces asfixiante. Estar a la altura de semejante testamento exige una amplitud de miras y una serenidad que probablemente casen sólo a medias con las prisas del rédito político. Y quizás sea un problema de gestión de expectativas. No puedes dirigir una ciudad PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD, así con todas sus mayúsculas, y no sentir el aliento de DE LA HUMANIDAD sobre tu cogote. Y eso intimida a cualquiera por mucho voto que escrutes.

A poco más de una semana de las elecciones municipales, quienes pisamos y paseamos a diario esas ciudades volvemos a preguntarnos lo mismo ¿estamos a la altura? Sí, así, en primera persona, porque las ciudades no las hacen las terceras del plural, las hacemos todas las personas que las habitamos. De acuerdo que somos nosotras las que elegimos a quienes las dirigen cada 4 años, pero 48 meses contienen demasiadas decisiones cotidianas para exculparnos. Son nuestras acciones diarias las que consolidan los modelos de ciudad.

Para no ser tachada de chovinista obviaré las calles centenarias que como habitante de un lugar llamado Córdoba y antes Qurtuba y antes Corduba piso cada mañana. Les ofrezco un trío de modelos en el que todo el plural parece haber apostado a la misma casilla: Coruña, Burgos y Granada. La primera ostenta el título de ser la ciudad con más museos científicos municipales del Estado; la segunda es el mejor ejemplo de cambio de identidad histórica que ha conocido el país: se cambió el traje de Cid Campeador por el outfit de Charles Darwin. En ambos casos ellos (los que dirigen la ciudad) pusieron los museos y los centros de interpretación  y nosotras (quienes las habitamos) hicimos cola para llenarlos. Y la tercera…

En la tercera me van a permitir que me detenga porque a las dos primeras ya les he dedicado demasiados halagos públicos y privados y a la tercera se lo debo por cercanía y porque en ella sellé mi pacto personal con el diabólico gusanillo del periodismo científico. Fue en 1999 durante el I Congreso de Comunicación Social de la Ciencia, celebrado en el flamante y casi recién estrenado Parque de las Ciencias, la apuesta definitiva de Andalucía por la popularización de la ciencia. Acudí como parte de la primera promoción de periodistas científicos contratados por el Gobierno andaluz para divulgar la investigación made in sur de Despeñaperros y allí confirmé que comunicar ciencia era una tarea a la que quería dedicar mi tiempo y mi hipoteca. La apuesta no nos ha salido mal del todo. Ni a mí ni a Granada. A mí porque la comunicación de la ciencia me paga las deudas y porque he tenido el privilegio de organizar uno de los Congresos de Comunicación Social de la Ciencia 20 años después de que nacieran. Y a Granada, porque 18 años después de aquel primer Congreso, la ciudad consiguió el título de Ciudad de la Ciencia y la Innovación entregando su mayoría de edad a convertirse en la metrópoli andaluza de la divulgación.

Caseta de Ciencia en la Feria del Libro de Granada

Vale que las administraciones han apostado fuerte por apellidar como científica a Granada -el Parque de las Ciencias fue toda una declaración de intenciones-; vale que medio milenio como ciudad universitaria ayuda, pero ni una ni otra son condiciones determinantes para afirmar que Granada es una ciudad de ciencia. No lo sería si la ciudadanía no se volcase como hace con las actividades de popularización de la ciencia que organizan instituciones como el mismo Parque de las Ciencias o la propia Universidad de Granada o su Facultad de Ciencias o el Instituto de Astrofísica de Andalucía o la Fundación Descubre o la Estación Experimental del Zaidín.

Granada ha acertado con el modelo. Como Burgos, Granada se ha sabido sacudir la caspa y dejar el romanticismo de las leyendas de Irving para las tiendas de souvenirs, transmitiendo una imagen cosmopolita y moderna que no siempre logran las ciudades a las que nos soplan en el cogote. Bravo por ella, que cunda el ejemplo.

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