Autor: Jose A. Plaza
Imaginaos algo fácil de imaginar, porque sucede muchas veces: una persona conocida o relevante dice una frase impactante que no responde a la verdad. Valga como ejemplo algo inventado -o no tanto- sobre la actualidad: esa persona declara que no hay evidencias de que las vacunas estén siendo eficaces para reducir la gravedad y mortalidad por COVID-19. ¿Qué sucedería? Las redes sociales multiplican su difusión. Muchos medios de comunicación la replicarían. Miles de visitas y visualizaciones. Comentarios en grupos de whatsapp. Twitter incendiado. Memes en tik-tok. Uno de los temas del día. Montones de valoraciones y opiniones detrás. Críticas mayoritarias. Apoyo muy minoritario de círculos negacionistas. ¿Podría pasar, no? ¿No ha pasado ya?
¿Qué hacer cuando sucede algo así? Quizá hoy día sea difícil o imposible evitar que se haga viral, pero desde los medios de comunicación sí se pueden hacer cosas para frenar o contextualizar su impacto. Individualmente también podemos poner granitos de arena para frenar la desinformación, no compartiendo según qué contenidos a la primera de cambio y dudando de su veracidad. Además de fomentar el espíritu crítico en nuestro entorno, hay herramientas que ayudan a saber si una información es verdadera o puede ser falsa, como esta caja de herramientas de Maldita.es.
Más allá de cómo nos comportemos individualmente, la comunicación y el periodismo no pueden ser un mero altavoz de lo que sucede y lo que dicen las personas. Si queremos contar bien las cosas que pasan, y las que se dicen, hay que añadir información complementaria, contexto, análisis…, y no sólo quedarse en entrecomillados sueltos, imágenes aisladas o informaciones tituladas con ansias de click-bait. Reproducir sin más declaraciones o hechos no es periodismo o, si se prefiere, es mal periodismo.
Hace poco, el periodista científico Javi Salas reflexionaba sobre esto tomando como gancho un documental, y sus comentarios sirven perfectamente para comprender el objetivo de este post. ¿Por qué dar voz a todo el mundo? ¿Por qué ser siempre equidistantes? ¿Por qué lanzar ideas dudosas sin contexto? Llevado a un clásico del periodismo científico sobre ciencia, ¿de qué nos sirve contar que un meteorito se acerca a la Tierra si no añadimos que pasará lejísimos y no impactará?
Parafraseando una conocida frase que no sé quién utilizó por primera vez, un comunicador, y por supuesto un periodista, no debe escuchar a alguien decir “está lloviendo” y repetirlo como un loro, sino asomarse a la ventana y comprobar si es cierto o no. Es más, si lo que sucede es que está lloviendo y hay alguien que dice que no llueve, aparecen dos opciones: ignorar esa declaración por falsa e irrelevante, o contar qué sucede analizando analizar y desmintiendo la afirmación equivocada, apoyándonos en información disponible y contrastable, fuentes fiables y valoración de personas expertas en el tema. Sobre cuál de estas dos opciones es mejor hay bastante debate, pero ambas pueden tener su justificación. Lo que no debe hacerse, y sucede a menudo, es reproducir sin más una frase falsa, especialmente en un titular o un tuit que puedan leerse en solitario sin completar la información.
Por mucho que una valoración o una opinión suene interesante, hace falta saber si aporta algo, si se ajusta a la realidad, si es interesada, si tergiversa… Algunos medios de comunicación, y mucha gente en general, llevan años basando parte de sus contenidos en lanzar declaraciones presuntamente mediáticas o polémicas sin filtro ni contexto, con especial protagonismo de mensajes propagados por redes sociales. ¿Por qué? Porque a los medios les dan un contenido rápido, sencillo y que impulsa los clicks, visitas y visualizaciones, y porque a las personas parece ayudarnos a reproducir una (falsa) aura de protagonismo, conocimiento y relevancia.
No olvidemos cosas fundamentales: no hay que opinar de todo; no todo el mundo merece un altavoz mediático; hay que pararse a pensar antes de compartir y difundir mensajes; hay que huir de la ‘todología… Hay que tener responsabilidad al informar.
Hace unas semanas se dio un ejemplo que viene bastante al caso. Un catedrático de Farmacología compareció en el Congreso de los Diputados como parte de una comisión de investigación sobre la pandemia. Su comparecencia estuvo trufada de verdades, medias verdades y mentiras, y salpicada de contenidos ciertos oscurecidos por otros sesgados o falsos. Sus palabras eran carne de ‘noticia’ para los medios y las redes sociales. Mucha gente reprodujo las frases dichas por este experto, sin más. Click seguro. Vídeos cortados con algunas de sus declaraciones circularon por nuestros teléfonos móviles. Recibir, compartir, comentar. También lo hicieron muchos medios.
Pero no tantos analizaron el contenido de sus palabras, cuando contar su discurso -si se elegía hacerlo- requería de mucho análisis. Había frases que desmentir, frases que matizar y frases que contextualizar, como bien reflejó este artículo. La comunicación que se hizo de ella se quedó muy coja y, aunque mucha gente trató de aportar información valiosa, el ruido y la desinformación que quedó en el ambiente fue tremenda. Mucha gente no sabe qué dijo realmente, qué era cierto, qué se manipuló, qué era razonable, qué era mentira… En la otra cara de la moneda, hubo medios, y personas, que decidieron ignorar estas declaraciones, para no colaborar en su difusión y tratar de frenar el ruido.
Reproducir, sin más, las declaraciones u opiniones de una persona es la antítesis del periodismo, sobre todo si son palabras que no aportan nada, que no responden a la verdad o que tienen intereses detrás. Nos estamos autoimponiendo una falsa necesidad de urgencia en la comunicación que hace mucho daño: contar las cosas requiere a veces tiempo, pausa y cabeza. No todo es ‘última hora’.
Es algo que hemos visto mucho durante esta pandemia y que provoca que aumenten el ruido y la desinformación. Siempre recuerdo una idea que le he escuchado muchas veces a Pampa García, coordinadora de Agencia SINC: tan importante es contar las cosas como saber si hay que hacerlo o no, y elegir bien cuándo y cómo. Para ello, dicho sea de paso, es importante tener buenos periodistas con experiencia, capaces de hacer bien su trabajo y de ayudar a las nuevas generaciones a hacer lo propio. Sobre la razón de ser del periodismo científico (y del periodismo en general), nunca está de más releer este texto que Pampa publicó hace casi 10 años, y cuyo contenido sigue siendo muy recomendable.
El objetivo de una comunicación cuyo fin sea informar de manera veraz es facilitar la comprensión del mensaje y dar una buena base para que la persona que recibe la información pueda extraer conclusiones fiables. Luego es posible que cada persona, con sus particularidades y sesgos propios, saque conclusiones correctas o incorrectas. En ciencia esto tiene un plus de relevancia, porque es una disciplina que mucha gente desconoce, que no siempre comprendemos bien y que en los últimos años nos hemos visto obligados a contar día sí y día también, generando una comunicación científica cambiante y con un protagonismo total. Hay muchos factores que determinarán nuestra percepción y posicionamiento frente a la información científica –no olvidemos la importancia de las ciencias sociales– y que no podemos controlar, pero al menos sí debemos garantizar que desde la comunicación y el periodismo ofrecemos una buena base para que la gente esté lo mejor informada posible.
Un comentario
Hola. Lo siento, pero tus reflexiones, correctas en lo general, “hay que tener responsabilidad al informar”, etc., en cambio, me parecen prejuiciadas contra Joan-Ramon Laporte Roselló, el experto que ha comparecido en el Congreso. El artículo de El Mundo que mencionas, se limita a recoger algunas declaraciones de otros expertos en desacuerdo, ninguna contundente en cuanto contexto y análisis, y hasta en partes parece estar mal escrito y ser confuso a propósito. El más directo contradictor, el inmunólogo Alfredo Corell termina diciendo: “también sabíamos que estas vacunas no cortaban la transmisión”. Soy quien en 2018 revelé que CNN había armado un fraude periodístico con un montaje en contra de Morgan Freeman. CNN presionó a El Mundo a borrar este tuit, aunque lo que afirmé de su fraude hasta la fecha jamás ha sido desmentido. Pero si El Mundo puede ser presionado por CNN para detener la difusión de información porque le es perjudicial, no porque se haya desmentido, ¿por qué no podrían presionar Moderna y Pfizer para que el diario falsamente llame “negacionista” a Laporte?