El pasado Mayo en Ciencia en Redes, pasé un rato maravilloso rodeada de gente que busca nuevos caminos para la comunicación de ciencia online. Lo único que oscureció el día, fueron las cifras que tuve que dar cuando me tocó hablar de las barreras a las que nos enfrentamos las mujeres en el universo cibernético.
Datos como que el 70% de las denuncias de acoso online, interpuestas a través de una línea de denuncia telefónica entre 2000 y 2013, fueron mujeres. O que en un estudio donde se crearon usuarios ficticios, los femeninos recibieron 25 veces más mensajes de acoso sexual que los masculinos.
La semana pasada estas cifras volvieron a mi cabeza; se acababa de publicar un artículo que recoge los resultados de una encuesta sobre experiencias de acoso y abuso sexual durante los trabajos científicos de campo.
El trabajo, publicado en PLoS ONE, es una ampliación de un estudio que Kathryn Clancy, la autora, presentó el año pasado durante un encuentro de la Asociación Americana de Antropología Física. Por aquel entonces, habían encuestado a 122 investigadores, en su mayoría mujeres, de los que el 59% dijo haber sufrido comentarios inapropiados, y el 18% aseguró haber sufrido algún tipo de acoso o abuso. Tras la presentación de estos datos en el congreso, la Asociación puso en acción una política de tolerancia cero ante cualquier tipo de acoso sexual.

El estudio publicado la semana pasada se basa en una encuesta realizada a través de Internet a más de 600 científicos – 142 hombres y 516 mujeres – de diferentes disciplinas. El 64% de los encuestados dicen haber sufrido algún tipo de acoso, y casi el 22% considera haber sido víctima de abuso sexual. Además, la mayoría de los casos de acoso fueron denunciados por estudiantes universitarios, doctorandos o investigadores postdoctorales.
Según los resultados de la encuesta, las mujeres tienen 3,5 veces más probabilidades de experimentar algún tipo de acoso que los hombres. Curiosamente, parece que las mujeres suelen sufrir este tipo de abusos por parte de los miembros más senior de la comunidad científica. Sin embargo, en el caso de los hombres es más común que los responsables del acoso sean compañeros del mismo nivel académico.
Uno de los datos más importantes de la encuesta es que en muchos casos el abuso nunca había sido denunciado. Muy pocos de los encuestados habían recibido ningún tipo de información sobre cómo actuar en ese tipo de situaciones. Además, de los pocos que sí decidieron dar el paso y realizar una denuncia formal, casi ninguno declaró estar conforme con el resultado.
Por supuesto, este estudio tiene grandes limitaciones que los autores no han escondido. Al tratarse de una encuesta en Internet, es fácil pensar que las personas que han tenido algún tipo de experiencia negativa serán más propensas a rellenarla. Pero por otro lado, se sabe que las víctimas de acoso y/o abuso sexual a menudo no quieren hablar del mismo; por lo que la balanza podría estarse inclinando hacia cualquiera de los dos lados.
La principal autora del estudio se atreve a aventurar que quizá el acoso sea parte del motivo por el que las mujeres abandonan la carrera científica. Pero lo cierto es que no hay evidencia suficiente para respaldar esta tesis. Hasta ahora se ha apuntado a otros factores, como los valores familiares o simplemente la discriminación por género, como posibles causas del bajo número de mujeres en puestos de liderazgo científico.
Lo que está claro es que hay que hablar de este tema: el acoso sexual en el mundo académico (como por desgracia en otros muchos sectores) no es algo nuevo, y debe ser regulado. Se deben crear protocolos de denuncia y actuación claros para proteger a los más vulnerables.

Pero antes de todo esto, y como más vale prevenir que curar, deberíamos empezar por cuestionarnos nuestro uso de la imagen de la mujer. Justo mientras escribía esta entrada, me he topado con la portada del último número de la revista Science. Los torsos y piernas de dos mujeres – sin sus respectivas cabezas – ilustran una edición sobre el SIDA y el VIH. ¿Y por qué? Pues porque estas dos mujeres son dos prostitutas transexuales de Jakarta, un colectivo especialmente afectado por este infección. Ajá. Cuanto más lo explican, menos me gusta. Menos aún cuando el editor de la revista tuiteó algo parecido a “Me gustaría saber qué sienten algunos cuando se enteren” Es decir, dejó claro – o más bien se le escapó – que la intención de la portada era atraer las miradas poco inocentes para sorprenderles en un “¡Anda, pero sin son transgénero!”. ¿De verdad hay que usar un truco tan barato* para vender una revista académica? En mi opinión, es el gota a gota de estos pequeños detalles el que nos aleja del nuestras ambiciones, el que nos convence de pedir menos, el que fomenta el acoso y el abuso… Sigamos denunciando, y quizá llegue el momento en que no tengamos que hablar más de estas cifras que oscurecen días.
*con barato me refiero a sensacionalista, machista y transfóbico.