En tres semanas arrancará en cientos de centros de investigación y Universidades españolas una nueva Semana de la Ciencia.
A partir del 7 de noviembre volveremos a ver agendas repletas de eventos diseñados con ese objetivo que en el ámbito de la divulgación se repite casi como un mantra eterno: queremos acercar la ciencia a la sociedad.
Abriremos los laboratorios, invitaremos a escolares a recorrer nuestros centros y cruzaremos los dedos esperando haber dejado en ellos una mínima huella.
Ese mismo día y durante las mismas dos semanas, asistiremos oficialmente a una nueva campaña electoral (oficiosamente ya llevamos más de un año). Oiremos a los representantes de los grandes partidos atacar al adversario sin piedad, prometernos El Dorado en plena crisis y renegar de todo lo hecho hasta ahora. Ellos también cruzarán lo dedos esperando que sus discursos hayan calado lo suficiente como para que introduzcamos en la urna la papeleta de su color.
La diferencia entre los primeros y los segundos es sólo una cuestión de tiempos. Mientras la ciencia sabe que no recogerá los frutos de su siembra hasta pasados unos años, los representantes de los grandes partidos descruzarán los dedos la misma noche del 20N.
El cortoplacismo de la política mediática de los partidos que se disputan el Gobierno parece hacerla incompatible con el método científico.
Por eso, cuando leo y escucho a investigadores que piden -casi suplican- que la ciencia no sea objeto de campaña, entiendo que por una vez se dejen llevar por la superstición y también crucen los dedos y repitan aquello de “que me quede como estoy”.