El año en que la ciencia nos atropelló… mientras seguimos sin entenderla

El año en que la ciencia nos atropelló… mientras seguimos sin entenderla

Autor: José Antonio Plaza Ramos

Darnos de bruces contra la ciencia en este año 2020 no está siendo un proceso sencillo. La pandemia del nuevo coronavirus nos está permitiendo analizar, de un modo demasiado agresivo y precipitado, la percepción que tenemos de cómo funciona el método científico; además, 2020 está siendo una prueba de fuego para la comunicación de la ciencia. Preguntas fundamentales nos están sobrevolando: ¿Comprendemos la ciencia? ¿cómo la entendemos cuando nos la cuentan? ¿La comunicamos bien? 

Pueden ponerse miles de ejemplos. El que me ha llevado a escribir este post es el de una encuesta que publicó El País hace unos días sobre el SARS-CoV-2, la COVID-19 y el desarrollo de posibles vacunas. Un comentario que hice difundiéndola en redes sociales derivó en varias conversaciones con colegas periodistas y científicos por Twitter, por WhatApp, por teléfono… Las respuestas y conversaciones me hicieron pensar de nuevo, más allá de este ejemplo particular, en la barrera que existe entre cómo es la ciencia y cómo la percibimos.

Un dato de esta encuesta, que ya había surgido antes en otras, nos dejó especialmente preocupados: el porcentaje de personas que se vacunarían inmediatamente si hubiera una vacuna aprobada es pequeño. Otro dato: un 40% cree que hay una conspiración detrás del desarrollo de las vacunas. Sin entrar en este momento en la encuesta en sí, y centrándome más en el impacto social de esta cuestión, ¿cuáles son las conclusiones? La más obvia, que las posibles vacunas contra la COVID-19 nos generan dudas (y el problema va mucho más allá de movimientos antivacunas, que en España tienen muy poco peso). Otra de las respuestas también generó bastante revuelo: dos de cada tres personas creen que el SARS-CoV-2 fue creado en un laboratorio, pese al consenso científico en contra de esta idea generado desde el principio. 

La encuesta, entre otras cosas, avivó el debate sobre la imagen que tiene la población de procesos científicos, la capacidad de la gente de entender e interpretar los mensajes de la ciencia, y la responsabilidad que pueden tener en esta situación tanto quienes comunican ciencia como quienes reciben sus mensajes. De repente, mucha gente habló de la falta de ‘cultura científica’ de la población, y ni que decir tiene que algunas personas lo hicieron sin apenas conocimientos, obviando muchos factores y vistiéndose con ese disfraz que tantos quebraderos de cabeza nos está dando: el de ‘experto’. 

Imagen de microscopio electrónico proyectada sobre una persona (Foto de ThisIsEngineering en Pexels)

¿Qué importancia le damos? 

El debate sobre la comprensión, percepción social e interpretación de la ciencia es tan complejo que no cabe en este post, y no seré yo quien pontifique ni siente cátedra sobre ello, porque no soy un ‘experto’. Lo que sí puedo hacer como periodista es poner encima de la mesa algunos de los factores que, desde mi experiencia, considero claves para afrontarlo. Ya siento si en las siguientes líneas hay más preguntas que respuestas. 

Lo primero que hay que destacar, y es una base para tantas otras cosas, es que en España casi nunca se le ha dado suficiente importancia a la ciencia. Rara vez ha sido una auténtica prioridad política, no es parte fundamental de nuestra economía, la educación no hace especial hincapié en la comprensión de contenidos científicos y no está entre las principales preocupaciones e intereses de la población. A partir de esta premisa (no entro en posibles motivos, razones y responsabilidades) seguimos hablando. 

Lo segundo (y esta es una percepción que no puedo sustentar con evidencias, pero que me temo pueda ser cierta): cada vez nos falta más pensamiento crítico. No sé si es el ritmo de vida, las nuevas tecnologías, la educación, el pasotismo u otras muchas posibles causas, pero apenas cribamos la información que nos llega. Nos falta pausa, análisis, capacidad de pensar, recursos para desenvolvernos ante datos que pueden o no ser veraces. Creo que incluir una formación desde pequeños enfocada al pensamiento crítico, que continúe a lo largo de nuestra vida, nos haría mucho bien. Esta falta de razonamiento y análisis puede dificultar más la comprensión de toda la información sobre ciencia que tenemos alrededor este año, máxime en el entorno de creciente polarización que vivimos.

La ciencia se corrige continuamente

Durante todo este año se ha repetido constantemente una idea, con variantes similares: “La ciencia es la solución”, “sólo la ciencia nos sacará de ésta”, “la respuesta está en la ciencia”. ¿Es esto verdad? Sí y no. El camino para encontrar una solución es apostar por la ciencia, pero ésta no garantiza esa solución ni las respuestas correctas, y mucho menos a corto plazo. Mucha gente cree que la ciencia es prácticamente infalible, cuando en su esencia está desconocer, tropezar, errar, rectificar… De ahí lo que decía al principio del post de darnos de bruces contra la ciencia: hay quien no la acepta como es, hay quien la descubre ahora y le rompe los esquemas, hay quien la interpreta sólo según sus sesgos… ¿Quiénes, y cómo, se han equivocado históricamente para que tengamos esta visión equivocada de la ciencia?

¿Y las ciencias sociales y de la comunicación? Para analizar el conocimiento, percepción y comprensión de la ciencia necesitamos las disciplinas que estudian estos fenómenos. Si las ciencias, por lo general, no tienen gran predicamento social, cultural y político, las ciencias sociales y las ciencias del conocimiento pueden considerarse las hermanas pobres, por mucho que la pandemia nos esté dejando claro que contar con ellas es fundamental. Necesitamos contar más con sociólogos, filósofas, docentes, antropólogas, periodistas y comunicadores, entre otras muchas disciplinas, para entender mejor el problema y plantear soluciones. La comunicación científica también tiene su ciencia, como se explica en este artículo publicado en PNAS hace unos años (gracias a Cintia Refojo por señalármelo). Esta entrevista en SINC también deja ideas interesantes. Y un último detalle en este punto, perdonad la digresión: periodismo, comunicación y divulgación no son lo mismo. Este informe de la Fecyt, de hace 10 años, toca en parte este tema y sigue siendo útil y actual.

Hay otro factor que creo relevante. La labor de los medios de comunicación es muy importante. Más allá de su responsabilidad y su ética, que podrían ocupar otro post completo, lo que quería destacar es la relevancia de conocerlos y saber cómo funcionan. Casi todo el mundo lee, escucha o ve medios de comunicación (televisión, radio, prensa, digitales…), y buen parte de la información sobre ciencia que recibimos este año nos está llegando por los medios, pero creo que no mucha gente los conoce bien. 

Tener información sobre los motivos que pueden llevar a la publicación de una noticia; los intereses económicos que hay tras los medios; quiénes y cómo los sufragan y mantienen; la falta de recursos humanos, tiempo y formación que hay en algunas redacciones; la necesidad de enganchar al lector/oyente para sobrevivir; la presión de la competencia; la existencia de posibles conflictos de interés; la especialización de los periodistas; la agenda-setting… Tener información sobre todo esto, puede dar más armas para comprender mejor la información (sobre ciencia, y en general) que nos llega desde los medios. Con esto no quiero decir, ojo, que haya que desconfiar del periodismo y los medios de comunicación; sólo que conocer su ‘trastienda’ ayuda a comprenderlo mejor.  

Cuestión de confianza 

No comprender bien la ciencia y no saber comunicarla mejor tiene una consecuencia muy clara, la pérdida de confianza, algo que este año se está viendo con mayor claridad. El ejemplo de las vacunas es uno de los mejores para entender este proceso. Sin toda la información (¿infoxicación?) en torno al desarrollo de las vacunas, resultados preliminares, efectos secundarios, anuncios interesados, etc,. ¿sería diferente la percepción social ante una posible vacuna? Si pudiéramos evitar o minimizar el ruido, los bulos, las malas interpretaciones, la información interesada, la sobreexposición, etc., ¿cambiarían nuestras opiniones sobre la ciencia

Soy consciente de que, al aportar más preguntas que respuestas, y exponer más que solucionar, puedo incluso favorecer la infoxicación. Confío en que no sea así y, al menos, ayude un poco a pensar con ese espíritu crítico que tanto echo en falta. Para la mayoría de la gente la ciencia es como se la cuentan, no como realmente es. Esta dicotomía, con la comunicación como factor decisivo, es una de las principales barreras en la generación de un conocimiento de la ciencia que nos permita familiarizarnos con ella, entenderla y sacarle más provecho. 

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