Un soplo de aire fresco lejos del ambiente pesimista que suele imponer la actualidad. En la Falling Walls Conference de Berlín veinte investigadores de renombre presentaron sus trabajos, muchos de ellos con una sonrisa, pero no por ello con menos precisión. Se trata de estudios que proponen derribar muros en el futuro, pero algunos de ellos ya han echado abajo dogmas científicos. Sin duda, una de las conferencias más inspiradoras a las que he podido asistir.

El día anterior ya presagiaba buenos momentos: en el Falling Walls Lab los asistentes tuvimos la oportunidad de abrir nuestra mente cada tres minutos con las ponencias de cien jóvenes investigadores que optaban a premio. Desde el papel del control en la educación hasta la importancia de las células gliales en la depresión, pasando por un método para reciclar la comida malgastada en cada hogar, y otro para reinventar las ciudades sirviéndose del subsuelo.
Lo hiperactivo del formato –cien presentaciones, de tres minutos cada una incluyendo preguntas de jurado y audiencia- no le quitaba lo estimulante: la oportunidad de descubrir lo esencial. Fue un gran acierto por parte la organización ofrecer espacios de discusión en las pausas, permitían profundizar en algunos temas, compartiendo un tentempié con el investigador en cuestión. Ganó el primer premio el austriaco Klemens Wasserman con su dispositivo para la detección temprana de patógenos. Le siguió Tarek Besold, con su método para introducir creatividad en sistemas de inteligencia artificial. Y hubo dos terceros premios: el software médico de Katherina Spranger, para personalizar operaciones cardiovasculares, y el detector de hemoglobina libre en las células, de John Woodland.

El 9 de noviembre, día principal de la conferencia, la asistencia era masiva y el lugar simbólico: el Radialsystem V, antigua estación de bombeo entre Berlín Este y Oeste, hoy convertido en centro artístico. Las presentaciones, de quince minutos. Aunque es difícil prever su influencia en los obstáculos del futuro, muchas ya están derribando muros hoy en día, muros como aquellos que separan la ciencia y las humanidades como dos universos irreconciliables.
Mark Pagel, de la Universidad de Reading, en Inglaterra hizo un interesante paralelo entre naturaleza y cultura explicando cómo la creatividad humana reproduce los mismos patrones de la evolución biológica. Así, al igual que los procariotas se combinaron, copiaron estructuras y a través de diversas mutaciones dieron lugar a seres complejos, las innovaciones tecnológicas siguen el mismo esquema: copias, modificaciones, selecciones azarosas y adaptación. Tal y como ocurrió con las hachas de la edad de piedra ocurre con la informática actual. Según Pagel, una innovación no aparece mágicamente a partir de una idea feliz, sino como parte de una inteligencia colectiva “Apuesto a que ninguno de ustedes sabría fabricar algo tan sencillo como un lápiz” lanzó un provocativo Pagel a la audiencia “es probable que no lo consiguiésemos ni entre diez. En realidad no sabemos cómo funcionan los objetos. Somos cantantes de karaoke interpretando las canciones de otros”.
Onora O’Neill, de la Universidad de Cambridge, también abordó los procesos colectivos con una presentación titulada “Rompiendo los muros de la híper-regulación” pero que según sus palabras debería haberse llamado “rompiendo los muros de la falsa transparencia”. Su tesis es que en los últimos años se ha diagnosticado una crisis de confianza en las instituciones, a la que se ha intentado responder forzando más confianza e imponiendo criterios de transparencia difícilmente analizables que dificultan las labores de muchos profesionales. “Instaurar criterios de franqueza sería una medida inteligente, pero la mera transparencia es parte del problema y no de la solución” sostuvo O’Neill.
Presentaciones clave, como la de Daniel Nocera de la Universidad de Harvard quien, constatando el aumento de las necesidades energéticas del futuro y sobre todo de los países en desarrollo, propuso romper el muro de la energía personalizada con un dispositivo barato y eficiente que produce energía utilizable en presencia de agua y luz solar, al igual que las plantas.
O la de Michal Schwartz (del instituto Weizmann) que hace años derribó el dogma científico de la existencia de una barrera entre sistema inmune y cerebro. Schwartz ha demostrado el rol del sistema inmune en la protección del sistema nervioso frente a inflamaciones y procesos degenerativos.
Hubo momentos emotivos, como cuando Salil Shetty, de Amnistía Internacional hizo un llamamiento por cierre de Guantánamo y por el cese del espionaje de la NSA, y sorprendentes como cuando Jill Farrant, de la universidad de Cape Town obsequió a los asistentes con un esqueje seco, para demostrar las propiedades de resurrección de plantas que según ella podrían resolver las sequías.

El público quedó igualmente impresionado al descubrir los “videojuegos” de Sophia Vinogradov, de la Universidad de California: cómo jugar a ser un taxista en Londres puede ayudar a revertir deficiencias cognitivas de la esquizofrenia. O cuando Luc Steels de la Universidad Pompeu Fabra mostró el grado de complejidad cognitiva de sus robots, capaces de hacer tortitas, ¡incluso uno de ellos formaba parte del público!
La cena de despedida estuvo a la altura del evento. En el Museo de Comunicación Berlinés, el menú, realizado con la ayuda de sistemas de inteligencia artificial, combinaba afinidad química de los elementos y datos de “sorpresa gustativa”. El resultado: un sabor deliciosamente científico.
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* Diana Alfonso es miembro de la Asociación Española de Comunicación Científica y asistió a la Falling Walls Conference en Berín el 8 y 9 de noviembre de 2013, gracias a una invitación de EUSJA para diez periodistas europeos. Estas invitaciones a eventos internacionales son una de las ventajas de ser socio de la AECC.