¿Gasolina mortal?

¿Gasolina mortal?

            Mi padre era representante y he dado varias vueltas al mundo sin salir de la provincia de Huelva. Me gustaba acompañarlo y conocer los distintos pueblos en las distintas estaciones del año, en fines de semana, en fiestas o entre semana, con lluvia o sequía… cada vez me parecían lugares distintos, por sus colores, sus sabores y sus olores.

            Un olor que pervive en mí es el de la gasolina cada vez que parábamos en una gasolinera, ahora se llaman Estaciones de Servicio, a repostar combustible, siempre gasolina. Yo bajaba la ventanilla para que esos aromas llenaran el interior del coche y disfrutar aspirando esos vapores aromáticos que llegaban a veces a producirme hasta ligeros mareos. Recuerdo como mi padre hablaba con el operario de la gasolinera, él los conocía a todos y todos lo conocían, formaban la gran familia de la carretera, los surtidores, las ventas, los camioneros, los representantes y la omnipresente y vigilante Guardia Civil.

            Hoy vamos por la carretera con las ventanillas subidas para mantener la climatización adecuada, y por la alergia que pronto afectará a la mitad de la población. Las ventas se han convertido en restaurantes perdiendo la mayor parte de ellas su encanto por la masificación, las carreteras ya no son una familia, somos muchos millones de criaturas las que circulamos por ellas y “nadie conoce a nadie”. Ya nadie se para a recoger a un automovilista averiado o para ayudarle a reparar una avería (¡para eso están los seguros y las grúas!). Menos mal que la Guardia Civil y sus ayudantes electrónicos (cámaras y radares) siguen estando omnipresentes y manteniendo algo de orden en esta jungla humana.

            Con trece años empecé a estudiar química, “la FP1” que se decía entonces, y a ella quedé ligado por vida, terminando en la madurez mis estudios oficiales y continuando con mi libre formación. También mi vida laboral la ligué a ella porque sólo he trabajado en plantas químicas por lo que ciertas cosas se han ligado a mí como por genética. Así, ahora cuando reposto combustible, no viene un operario para realizar el trabajo, el me espera, junto a los otros “repostados” detrás de un mostrador o de una ventanilla blindada para cobrar el importe. Y ese el mejor de los casos, porque cada vez más nos servimos en un surtidor automático donde hablamos con una señora muy educada, que nunca envejece, que siempre está allí y me pregunto si no se cansa de estar dentro del surtidor diciendo siempre lo mismo: “introduzca su tarjeta”, “ha elegido gasolina sin plomo 95”…

            Acostumbrado a evaluar riesgos en mi entorno laboral, por deformación profesional lo hago en el entorno personal también, así cuando reposto veo a la luz del sol o del alumbrado los gases que salen del depósito del vehículo y del líquido vertido por la manguera. Recuerdo como de niño me gustaba oler ese aroma, pero ahora se que ese olor es mortal, que muchos de los gases que lo componen, ¡tan aromáticos ellos!, son cancerígenos con toda certeza.

Yo me coloco con el viento de forma que aleje los vapores, aunque suponga no oler esos aromas que me recuerdan mi niñez. En esos momentos veo que las otras personas que están repostando se ponen guantes de plástico, limpian con papel cualquier derrame sobre el coche… pero casi nadie cuida el detalle de no oler los vapores.

            Si en mi trabajo recibimos una fuerte formación antes de poder manipular esos compuestos, ¿cómo se permite a cualquiera manejarlos como si fuera agua? ¿cómo no se les dice que están manipulando líquidos cuyos vapores son cancerígenos? ¿cómo la ley no obliga a tener un sistema de aspiración en el punto de origen de los vapores?. Estoy casi seguro que el simple reposte de combustible está matando a muchísimas personas, no se hace nada al respecto y creo que se debe hacer sin más dilación, sin importar quién reposte, un profesional o un conductor particular, y que este tema debe ser prioritario en la formación de los nuevos conductores. Saludos, Rafael Eugenio Romero García.

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