Hace unas pocas semanas vino a visitarme un amigo (un ingeniero de telecomunicaciones) a Boston. De camino a Nueva York tuvimos mucho tiempo para reflexionar sobre varios asuntos científicos, sobre todo de neurociencia. El asunto vino a colación debido a mi interés en investigar cuestiones relacionadas con la física cuántica y la filosofía de la mente. Nunca antes habíamos hablado de ciencia.
Pude comprobar que mi amigo no carecía de cultura científica, quizá debido a su formación científico-tecnológica y sin duda también por sus propias inquietudes intelectuales y su afán de estar al día en asuntos de ciencia. Desde luego, estaba muy al tanto de detalles científicos que yo desconocía. Por ejemplo, mencionaba que si esta o aquella molécula neurotransmisora hacía esto o lo otro en el cerebro, y cosas por el estilo. No obstante, pronto descubrí que algo fallaba en su discurso. Sus afirmaciones eran tan exageradamente dogmáticasque me recordaron a las palabras del filósofo de la ciencia Paul Feyerabend y sus referencias tipo Ciencia=Iglesia, o bien Científicos=Sacerdotes.
Por ejemplo, mi amigo identificaba todos esos disparos neuronales y demás fenómenos que acaecen en el cerebro con la Mente. Es decir, reducía la mente al cerebro, algo que no pocos periodistas y comunicadores de la ciencia (por ejemplo, Eduardo Punset) hacen constantemente cuando se refieren a la Mente. Es posible que la Mente no sea nada más que procesos cerebrales. Disparos neuronales y nada más. Es posible, utilizando terminología escolástica, que eso que llamamos Mente se reduzca a únicamente a una sustancia material.
Sin embargo, la ciencia está muy lejos aún de haber demostrado nada de este tenor. Los progresos en filosofía de la mente muestran muy claramente las dificultades con que tropiezan las teorías reduccionistas, como por ejemplo, la neurofisiología. Una cosa es que la neurociencia describa con exactitud los procesos que se producen en el cerebro cuando nos enamoramos, y otra muy distinta es que explique todos los fenómenos que rodean tal fenómeno. Hay fenómenos mentales, como la consciencia, la intencionalidad o los conocidos como “qualia”, que muy dificilmente son reducibles al materialismo ingenuo del que hacen gala la mayoría de científicos.
Y este es sólo un ejemplo. La historia, la filosofía y la sociología de la ciencia nos enseñan a ser cautos acerca de todo aquello que la ciencia afirma categóricamente. La ciencia explica muchas cosas, pero no más de lo que sus propios métodos e instrumentos le dejan explicar.
Soy partidario de que los periodistas y los comunicadores de la ciencia cuenten los misterios, las bondades y el elogio de la ciencia, pero falta el aspecto humanista en los artículos científicos, aqul que pone en guardia sobre el exceso de optimismo, que añada una gota de realismo a los pronunciamientos excesivos (por ejemplo, titulares del estilo: “científicos han hallado el gen de la felicidad” o bien “científicos demuestran que la creatividad humana es un proceso químico basado en el nitrato de sodio”). ¡Pues mire usted, no creo que la creatividad se reduzca a nitrato de sodio, ni que la felicidad se mide por los genes que uno tiene! (El célebre Jay Gould mostraba en su libro La falsa medida del hombre que la Frenología hacía afirmaciones similares)
Por no hablar del fraude científico…