La sociedad española tiene muchas carencias, una de ellas es el valor de lo científico. Se producen movilizaciones ciudadanas cuando un club de fútbol tiene problemas económicos pero no cuando una universidad tiene problemas de financiación o cuando el material de un laboratorio de un organismo público de investigación está obsoleto. En las ciudades españolas, existen rutas turísticas por las que los cicerones pasean a los visitantes para que vean fábricas de chocolate, bodegas, telares, además de los monumentos propios de cada zona. Sin embargo, se echa de menos la existencia de farmacias antiguas, donde se hayan conservado todos los instrumentos que se utilizaron en épocas pasadas, como en los pueblos alemanes. Las universidades con solera también cuentan con instrumental antiguo, que la mayoría de las veces está diseminado por distintos laboratorios y encerrado en cuartos de trastos porque no sirve para nada. Nadie pensó que esos instrumentos podrían ser exhibidos para que las generaciones actuales (universitarios o visitantes) conozcan los materiales e instrumentos con los que se trabajaban en los laboratorios en siglos pasados. Los científicos, como colectivo profesional, están bien valorados por los ciudadanos españoles en las encuestas de opinión pública, sin embargo carecen de prestigio social; es menor que el de un político, aunque éste último esté peor valorado por las encuestas ciudadanas. La carrera del científico es larga y ardua y continúan teniendo sueldos precarios, con cuarenta años. Todo lo contrario que un político o que alguien sin formación que entra a formar parte de un programa de tele-realidad. El trabajo del científico es muy competitivo, pero una mayor dedicación no está correlacionada con un incremento del salario, ni del prestigio social. No es el caso de otros profesionales liberales, como los médicos o los abogados, que saben que dedicando más tiempo a su trabajo pueden ir incrementando sus ingresos. Al revés, los científicos tienen que dedicar muchas horas a sus investigaciones y tienen que ocuparse de la financiación para adquirir equipamiento, becarios, instrumental y esto en una sociedad en la que la ciencia que se difunde a través de los medios de comunicación es mínima. Los científicos parecen invisible y su trabajo, también.
En los informativos de las distintas cadenas que emiten en abierto, el espacio que se dedica a la información científica es de un 1%, según el último estudio publicado por la Revista Consumer del Grupo Eroski, en 2006. Y, en lo medios impresos, la ciencia y la tecnología está en los dos últimos puestos y en los digitales, el último de doce, con poco más de un 5% de los contenidos, según afirma mi compañero Juan Carlos Nieto en la reseña del libro que ha dirigido nuestra colega, la profesora Pilar Diezhandino, Periodismo en la era de Internet. Claves para entender la situación actual de la información periodística en España
En resumen, lo científico -de momento- no forma parte de nuestros iconos culturales, los científicos están infrarrepresentados y la ciencia que llega a los ciudadanos a través de los medios es mínima. Creo que tenemos que empezar a plantear estrategias para la ciencia sea importante para la vida cotidiana.