Dormirá. Usted dormirá. Tal vez inquieto. Será una noche calurosa, de bochorno. No los oirá venir. En la red nunca es de día ni de noche, ningún sol rompe el horizonte, la luna no se balancea.
Ellos se deslizarán en silencio. En la red tampoco hay ruido, si acaso el ronroneo de los servidores en los centros de datos, pero está tan lejos, es tan profundo y suave: lo continuo no se percibe bien.
Será como el truco de un mago: ahora está, ahora no está. Y usted pensando que los tenía, a la antigua usanza, en la balda del salón, para siempre. ¿Qué podía destruirlos? Microscópicos animales, un incendio, un infante,… ¿Cómo iba a imaginarlo?
Hay quien piensa que cuando pierde un libro pierde la ropa del alma. Esa camiseta vieja que duerme las pesadillas, el vaquero desgastado que proclama el domingo, los zapatos ahormados que se hicieron asimétricos como los pies. No releemos, pero tenerlos ahí proporciona la paz de los memoriados.
Pero ellos han venido. Y eso que nunca estuvieron allí. Han dejado una nota, incorpórea también, y unos céntimos en el recibidor para que compre otros, tan inciertos como los que se llevaron, desde ahora.
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