Muerte al mensajero

Muerte al mensajero

Autora: Elena Lázaro Real

La crisis provocada por la pandemia de la enfermedad COVID19 reescribe estas semanas la historia de la Humanidad. Pasarán décadas hasta que podamos tener un análisis más o menos objetivo sobre todo lo que está aconteciendo. Habrá estudios microbiológicos, epidemiológicos, matemáticos, psicológicos, sociológicos… No habrá, en definitiva, área de conocimiento que no se acerque a mirar lo que nos está ocurriendo en este momento.

Por eso, cualquier análisis estos días se me antoja aventurado. La prudencia se impone en un momento crítico y a pesar de ello son muchas las voces que estos días leemos y oímos que tratan de arrojar algo de luz a las tinieblas del pánico, las muertes, el alarmismo y la ignorancia.

En el ámbito de la comunicación también llegarán los análisis. Se harán tesis doctorales sobre toda esta crisis. De hecho, ya hay estudios en marcha como los del equipo de investigación Science Flows de la Universidad de Valencia, que nos acabará contando lo mucho y rápido que dejamos que se muevan los bulos. Y, probablemente, se reescriban los manuales de comunicación de crisis, que ya venían desde hace tiempo advirtiendo que comunicar una crisis en la era de la (presunta) democratización tecnológica exigiría un dominio de la técnica, de los tiempos, pero, sobre todo, de lo analógico. Sí, en los tiempos de las redes sociales y los bots, las crisis se comunican mejor cuanto mejor se manejen aspectos tan básicos como la empatía, la escucha y, sobre todo, la honestidad.

Cuando llegue ese momento en el que nos miren quienes hagan la ciencia del futuro, habrá quien mire con lupa y quien nos juzgue (la historia siempre juzga el pasado). El futuro nos mirará y habrá que ver dónde se ha situado cada cual en esta tormenta en la que estamos inmersas las gentes que habitamos el planeta en este preciso momento.

Quienes comunican ciencia, ya sea desde las instituciones, las redes sociales personales o los medios de comunicación pasarán el mismo juicio. Probablemente en las tesis doctorales de 2040 alguien se pregunte si los programas de promoción de la cultura científica que vienen desarrollando instituciones como la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología, las Universidades y los centros de investigación desde sus Unidades de Cultura Científica supieron o no preparar a la ciudadanía para digerir la sobredosis informativa de estas semanas, si realmente la ciudadanía contó con las herramientas suficientes para distinguir el grano de la paja. Se preguntarán si las personas que divulgan ciencia desde sus perfiles personal supieron hacerlo con la dosis suficiente de humildad para renunciar a la marca personal y al ego y, como es propio de la actividad científica, ir ofreciendo nuevas opiniones ante los nuevos datos. Y a los periodistas científicos ¿qué les preguntarán los comunicólogos del futuro?

Independientemente de su etiqueta de “científico”, todo periodismo cumple con una misión irrenunciable: la de ejercer el contrapoder necesario para garantizar la salud democrática. Quienes ejercen el periodismo tienen la obligación de cuestionar la realidad, preguntarse por ella y explicarla. Por eso, la polémica suscitada estos días en torno al filtrado y selección de preguntas por parte de la Secretaría de Estado de Comunicación ha desatado la crítica de las organizaciones profesionales. Sin preguntas no hay periodismo y sin periodismo no hay democracia. El silogismo encierra, a pesar de su simpleza, una compleja realidad que exige de nuevo la serenidad del análisis, pero también la firmeza en la respuesta.


Desde la Asociación Española de Comunicación Científica se ha tratado de mantener ambas. La serenidad y la responsabilidad que nos exige entender la complejidad de comunicar el riesgo sin alarmismo, pero con la transparencia exigible a un gobierno democrático; y la firmeza en una crítica que es siempre constructiva. Las ruedas de prensa de la crisis de la COVID19 necesitan la mirada de quienes ejercen el periodismo científico. Sin sus preguntas corremos el riesgo de que el debate partidista o, aún peor, la información anecdótica de sucesos por imprudencias ciudadanas monopolicen el debate público. No sabemos si la rectificación del Gobierno que desde el lunes permitirá las preguntas por videoconferencia priorizando a la prensa política relegará o no a la prensa científica del debate de la actualidad.

Cuando llegue el momento de todos esos análisis futuros, las ciencias sociales nos dirán qué hemos hecho bien y qué hemos hecho mal. Hasta que lleguen esas conclusiones deberemos enfrentarnos a una crisis económica que puede volver a ponernos al borde del abismo ¿o es que alguien cree que los recortes no llegarán a los departamentos de comunicación científica y al periodismo, un oficio amenazado por la precariedad desde hace décadas? Y ese momento, mucho más cercano en el tiempo, volverá a exigirnos un posicionamiento personal, institucional y social. Esperemos que entonces estemos a la altura y nadie acabe literalmente matando al mensajero.

*Este texto es una ampliación del publicado el 6 de abril de 2020 en el Boletín de The Conversation Spain

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