Museos de ciencia, 2; centros de ciencia, 0

Museos de ciencia, 2; centros de ciencia, 0

Una de las dicotomías más curiosas dentro del mundo de la museografía científica pasa por el debate entre museos de ciencia (aquellos que cuentan con colección) y centros de ciencia (aquellos que no disponen de ella). Es una confrontación al parecer permanente y no resuelta, aunque desde mi modesto punto de vista es una polémica vacía.

Como ejemplo, en el pasado Campus Gutenberg de la Pompeu Fabra, Ana Omedes, directora del Museu de Ciències Naturals de Barcelona, insistió en la idea de que los modernos centros de ciencia no pueden ser llamados museos porque no disponen de colección. En mi caso sigo llamando ‘museos’ a instituciones como el Exploratorium por dos razones. En primer lugar porque lo permite la Real Academia (basta ver las definiciones 3 y 4). Y en segundo lugar porque la palabra ‘museo’ acota a la perfección lo que es un espacio de divulgación: un ‘centro de ciencia’ puede entenderse como un lugar donde se investiga.

 

Ciencia de tu vida

 

Otro de los puntos de la dicotomía ‘centros vs. museos’ se relaciona con el propio sentido de estas instituciones. Me ha parecido muy interesante la entrada ‘¡Vivan los museos de ciencia!’ en el blog de Miguel Ángel Sabadell. A él, viejo colega de la divulgación y la lucha contra las supercherías, parece que le gustan más los museos de historia natural que los centros de divulgación interactivos. En una parte estoy completamente de acuerdo con él: a mí me subyugan los pequeños museos de ciencias, como este micromuseo de historia natural de Belgrado:

 

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Creo sin embargo que en este caso también estamos en una polémica vacía. He estado de mucho museos de ciencia, de todo tipo, y he encontrado interesantísimos centros interactivos pero también he recorrido aburridos museos de ciencias. Los museos con colecciones y los centros sin ellas sólo son buenos si consiguen una cosa: apasionar. Para lograrlo no basta una colección ni un puñado de muebles interactivos. He visitado aburridos museos de historia natural a los que habían añadido interactivos y también he recorrido aburridos centros interactivos que contaban con colección.

Los museos necesitan estimular las sensaciones, hacer que los visitantes se deslumbren, conseguir que se les ponga la carne de gallina. Para ello, a veces, ni siquiera basta con la mejor colección del mundo ni con los interactivos más tecnológicos.

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