Dejo aquí unas reflexiones pergeñadas hace unos días para participar en una mesa redonda sobre la visión de los distintos actores sobre la política de residuos radiactivos en España. Si algún lector curioso ve coincidencias entre esta entrada del blog y otra anterior, sepase que se debe a que todavía no he cambiado de opinión y que, con perdón, cometo el pecado de la autocita.
Buenos días. Muchas gracias por contar con nosotros, los periodistas científicos, para esta mesa redonda. La verdad es que hablar hoy de residuos y de periodistas puede dar lugar a confusión, sobre todo por cómo está el sector, el de los periodistas no el de los residuos, y si nos atenemos a las acepciones dos y tres que sobre la palabra residuo da el diccionario de la Academia: “Aquello que resulta de la descomposición o destrucción de algo.” Y, la tercera, “Material que queda como inservible después de haber realizado un trabajo u operación.” Quizá sea una buena definición para los periodistas hoy, lamentablemente.
Y, desde luego, me sirve ese estado de cosas en el mundo de la comunicación para mi primera reflexión, en la que quiero situar el papel de Enresa y su política de comunicación en estos años. Y, de paso, me gustaría recordar la figura de Juan Manuel Kindelán, que ha tenido, a mi juicio, un papel relevante precisamente en la política de comunicación, tanto en la de Enresa como posteriormente en el CSN. Siendo, como era, cartesiano, estaba convencido de poder convencer con argumentos, con enseñanzas, mostrando qué se hacía en el mundo y cómo se hacía. Y por eso se empeñó en llevarnos a todos a todas partes; por eso impulsó la revista Estratos, que ha sido un modelo pionero como publicación de divulgación científica y ambiental. Y por eso, más tarde, en el CSN, Kindelán impulsó la creación del centro de información, como lo había impulsado antes en Enresa, y la creación de la página web, en 1996, mucho antes de que fuera no ya habitual sino ni siquiera frecuente, precisamente para dar información y como ejercicio de transparencia.
Esa es la la palabra, transparencia. Kindelán hizo posible una política de comunicación en la que la transparencia fuera la piedra angular y, ademas, buscó a profesionales de la comunicación para que la pusieran en práctica.
Esa es la base de la comunicación: tener algo que decir, y decirlo, querer decirlo. Desde sus orígenes, con Kindelán, la empresa encargada de la gestión de los residuos nucleares, Enresa, ha llevada a cabo una notable tarea de divulgación. Es difícil encontrar algún periodista que no haya estado en El Cabril y aún más allá para visitar las soluciones que al almacenamiento de residuos se han dado en muchos lugares del mundo. ¿Qué efectos ha tenido eso? ¿Ha servido para algo? Yo creo que sí, que no hay duda sobre ello.
Ya sabemos que todo lo relacionado con el mundo nuclear es muy llamativo desde el punto de vista de la información. El hongo nuclear sigue siendo una pesadilla recurrente o un arma arrojadiza que, aunque parece que hubiera quedado fuera de la escena internacional en los últimos decenios, vuelve a cobrar actualidad, lamentablemente, gracias a Irán. Por eso, porque son temas relacionados pero muy diferentes, es muy importante separarlos. Armas nucleares y residuos nucleares, aunque compartan el adjetivo, son sustantivamente diferentes. Por cierto que en el diccionario de la Academia para el adjetivo nuclear se ofrecen definiciones con las palabras arma, combustible, combustión, desintegración, energía, escisión, explosión, fisión, fragmentación, fusión, medicina y reactor. No con residuos. En fin, volviendo a los residuos, que podríamos también definir como aquello que nadie quiere ¿qué tenemos que decir los periodistas, los periodistas científicos, sobre aquello que nadie quiere? Pues, como en todo lo demás, contar cuantos son y qué les pasa. Pero debemos hacerlo con el rigor y la independencia que se nos debería suponer para todo el ejercicio de nuestra profesión. Siempre, eso sí, que queden periodistas y que sean algo mas que residuos y cascotes de empresas en quiebra.
Nuestra tarea no consiste en decir qué hacer con los residuos, sino, más bien, debemos proporcionar información y herramientas para que el público se forme su propio criterio y opine lo que mejor le parezca. Y ello es así porque, como ha dejado escrito Arcadi Espada, “ninguna batalla decisiva de la contemporaneidad puede producirse fuera de los medios”.
Nosotros los periodistas somos, debemos ser, deberíamos ser, notarios de la realidad, no actores. Una vez más, en este asunto la contribución de los periodistas, en mi opinión, ha de ser la de contar, por supuesto con rigor, las consecuencias de las distintas posibilidades de la gestión de los residuos, y para eso tenemos que hacer nuestro trabajo consultando fuentes, jerarquizándolas, permitiendo que los ciudadanos estén informados y puedan formarse su propio criterio. Insisto, su propio criterio, no el nuestro, no el de las fuentes que mejor nos caigan o con las que simpaticemos.
Tenemos, por tanto, la obligación de conocer bien a nuestras fuentes, de saber bien por donde respiran. No solo saber de qué pie cojean, sino saber quiénes son, a quien hay que llamar en cada caso, cómo contrastamos la información. Porque de lo que se trata es de contrastar la información. Ese es el trabajo de los periodistas. No fiarse, contrastar. Pero al decir que no tenemos que tomar partido no quiero decir que debemos ser simples correas de transmisión de datos más o interesados de las fuentes. Si lo que la fuente dice es una barbaridad, tenemos que ser capaces de detectarlo. Tenemos, como ha dicho el alcalde de Villar de Cañas, que poner nuestro granito de arena para evitar el riesgo del desconocimiento.
Por eso, lo primero que tenemos es que saber de lo que hablamos. Por eso, creo firmemente en la especialización en la información. Hay que tener historia, conocimientos, contactos y criterio para hacer bien una información. Sabiendo qué papel debe jugar cada pieza en el rompecabezas de la información: la historia, los conocimientos, los contactos y el criterio. No debemos confundir lo que vemos, que es noticia; con lo que sabemos, que es conocimiento; ni con lo que sentimos, que es opinión. Y no debemos confundir ninguna de las tres, aunque hemos estar provistos de todas para hacer una buena información.
Es decir, tenemos que tener fuentes, contactos, maneras de contrastar la información. Porque, así como todos los enfermos del doctor House mienten, todas las fuentes son interesadas. Todas. O, para decirlo con las palabras del título de esta mesa redonda, todos los actores hacen el papel que les corresponde. Y es necesario saber el interés de cada uno, y es necesario tener otra fuente con la que contrastar la información proporcionada. Tendrán interés económicos, ideológicos o de cualquier otro tipo, pero todas tienen intereses. Todas las fuentes quieren arrimar a la sardina de su interés el ascua de la noticia.
Pero, además de la información pura, el hecho de que tratemos cuestiones que no son de dominio público nos va a obligar con frecuencia a hacer divulgación, además de hacer información. Esto se debe a que algunas de las cuestiones que se han de tratar en estas informaciones, insisto, no son de dominio público y no son bien conocidas o son incluso completamente desconocidas. Y así como el cronista deportivo no se ve en la obligación de explicar qué es una eliminatoria a doble vuelta, el periodista que hable de residuos radioactivos quizá tenga que dedicar unas líneas a explicar la diferencia entre almacenamiento geológico profundo y en superficie, entre ATC, AGP, etc.
Me gustaría terminar con las mismas palabras que utilicé en un reciente encuentro para hablar del mix energetico, organizado también por Mariano Vila, otro convencido de la importancia de la comunicación. Y termino con ellas no solo porque me parecen que recogen una posición muy acertada sino por dejar de hacer caso, por una vez, a Winston Churchill cuando decía: “no caigamos en el pecado de la coherencia”. Creo que los periodistas de hoy debemos tratar de ser como el periodista Manuel Chaves Nogales. De él dice Antonio Muñoz Molina en el prólogo del libro que recoge sus crónicas de la Guerra Civil que “no se casaba con nadie. En su integridad intelectual, en su independencia política, en su radical toma de partido por los seres humanos de carne y hueso frente a las abstracciones genocidas de las ideologías de su tiempo, el comunismo y el fascismo, a la altura de Chaves Nogales solo está George Orwell”. Ya me gustaría, insisto, que los periodistas de hoy fuéramos como Chaves Nogales, aunque no creo que eso sea posible. Pero, al menos, deberíamos intentarlo. Muchas gracias.