Sin comentarios

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ecologiablog_no_comentariosLa semana pasada leía en el País un artículo que se hacía eco de una sentencia insólita del Tribunal Europeo de Derechos Humanos: “Estrasburgo responsabiliza a la prensa de los comentarios ofensivos de sus lectores.” Una sentencia previa de los tribunales estonios culpaba al portal web de noticias Delfi por permitir que se publicaran comentarios ofensivos en una de sus noticias. El demandante era un directivo de una empresa de transbordadores estonia. En el artículo que publicaba en este portal intentaba justificar la decisión de la empresa de cambiar los horarios de ciertos trayectos.

Le siguieron 185 comentarios, de los cuales una veintena eran insultos o amenazas directas de usuarios disgustados con los cambios. La semana pasada, Estrasburgo confirmaba la sentencia de los jueces estonios, apuntando a que, en vista del carácter extremadamente insultante de algunos comentarios, el derecho al honor del autor del artículo prevalece frente a libertad de expresión de los lectores del mismo. Esta sentencia puede poner coto a los comentarios ofensivos en la red, ya que de hecho establece que los medios online son responsables de cualquier agravio a terceras personas por parte de sus lectores.

Los jueces de Estrasburgo basan su decisión en dos puntos: Delfi debería haber previsto que el artículo podía generar un alud de mensajes conflictivos e irrespetuosos. Y los sistemas de detección de palabras clave, que en principio deben obstaculizar este tipo de injurias, no funcionaron. Tampoco lo hizo el filtro de los lectores, que a través de los instrumentos a su disposición en el portal podrían haber avisado a los administradores de la presencia de palabras vejatorias. Finalmente, los jueces estiman que Delfi se lucró de las visitas generadas por estos comentarios.

 Este caso me hace venir en mente la decisión de la revista de divulgación estadounidense “Popular Science” de cerrar su espacio de comentarios por considerar que están siendo utilizados para desvirtuar el esfuerzo de imparcialidad y de rigor científicos de sus creadores. Suzanne LaBarre, editora jefe de la revista, alude a un estudio llevado a cabo por un grupo de la Universidad de Wisconsin en el que se demuestra que los comentarios agresivos e irrespectuosos polarizan a los lectores y consiguen cambiar la percepción que éstos se hacen de la información. Esto, a su vez, puede cambiar la capacidad de adhesión a una tecnología o un planteamiento científico.

La autora concede que muchas de las críticas a los artículos de la revista tenían sentido y eran constructivas. El problema es que cuando se tocaba un tema científico cargado de polémica (cambio climático, inocuidad de las campañas de vacunación, evolución, células madre…etc.) éstas a menudo acababan anegadas en un mar de “trolls” o mensajes basura . Eso es lo que los autores del estudio mencionado más arriba llaman el efecto canalla (nasty effect en inglés). El principio consiste en inundar los espacios de comentarios con mensajes que tienden a sembrar la duda y a polarizar los lectores.

Que sean humanos o robotizados, subvencionados por lobbies o no, estos trolls no dejan a nadie indiferente porque una pequeña minoría acérrima y fanática puede ejercer suficiente poder como para distorsionar la percepción del lector sobre un tema concreto. Los comentarios moldean la opinión pública, la opinión pública engendra las políticas del gobierno y éste a su vez decide si se financia o no tal o tal proyecto científico. De fomentar ideas y azuzar mentes se puede pasar a promover ideologías contrarias al desarrollo de la ciencia o consolidar los cimientos de la pseudociencia. De ahí que Popular Science decida cerrar su espacio de comentarios.

¿Se puede censurar en nombre de la Ciencia? se pregunta el divulgador científico y bloguero Pierre Barthelemy, haciendo referencia a la editorial de LaBarre en un artículo publicado recientemente en Le Monde. Alude al hecho que la ciencia siempre ha sido una ágora donde los argumentos de los unos están constantemente sometidos a la crítica de los otros y que este proceso perpetuo de errores y correcciones lleva a la evidencia científica. Pero es que los trolls no siguen las reglas del juego: muchas veces conllevan las opiniones de falsos expertos que se apoyan en trabajos con sesgo ideológico o metodológico. Y cuando con esto no consiguen sembrar la incertidumbre, no dudan en subir el tono y recurrir a los insultos o a los ataques personales.

¿Hay por lo tanto que sacar la tarjeta roja y excluir a estos jugadores de la partida? Según el bloguero, no se puede censurar a todos por el empecinamiento de unos pocos. Censurar los comentarios de los lectores va en contra del principio científico. Así que ha decidido basar su estrategia en la moderación. Como admite él mismo, el tiempo que se pasa moderando el espacio de comentarios es tiempo robado a la información y a la reflexión. Pero esto permite defender los criterios de los lectores de buena fe. A aquellos que se obstinan en repartir falsas verdades y sembrar la duda les cierra simplemente el pico

Esta tendencia frente a los comentarios que niegan lo innegable se encuentra también en otros medios de comunicación y es de esperar que se extienda aún más. El Sydney Morning Herald y el Los Angeles Times explicaban recientemente por qué las cartas de los lectores que niegan los efectos del hombre sobre el clima ya no se publicarán en estos periódicos. El editor de las cartas de lectores del L.A Times, Paul Thornton, expone de una manera concisa el punto de vista de la redacción: “Decir que no hay signos de que el hombre esté provocando el cambio climático no es manifestar una opinión, sino que es, basándose en la evidencia científica, exponer una inexactitud factual”. No tiene más comentarios.

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