El 6 de abril de 2019 se cumple el 10º aniversario del terremoto que, en 2009, devastó la ciudad italiana de L’Aquila, situada en la región de Abruzos. El terremoto, de magnitud momento Mw 6.3, con epicentro a 2 km de la ciudad y con hipocentro a una profundidad de 8 km, ocurrió a las 3:32 de la noche entre el 5 y el 6 de abril creando enormes daños. Debido a los derrumbes, 309 personas murieron, casi dos mil resultaron heridas y 70.000 se quedaron sin hogar.

El terremoto había sido precedido por muchas sacudidas de menor magnitud. El enjambre sísmico empezó en enero de 2009 (aunque ya había habido eventos a finales de 2008) y generó mucha aprensión entre la población. El terremoto más fuerte se registró el 30 de marzo, con una magnitud Mw 4.1. El INGV envió entre febrero y marzo comunicados en los cuales afirmaba que “la secuencia sísmica no ha alterado la probabilidad de que ocurran fuertes terremotos en la zona” recordando al mismo tiempo la elevada peligrosidad sísmica del área.
El técnico de laboratorio Giampaolo Giuliani difundió en el mes de marzo la tesis de que en la zona de Sulmona (ciudad situada a más de 50 km de L’Aquila) se habría producido un fuerte terremoto a finales de marzo. Giuliani, que tenía acceso a datos geoquímicos, estudiaba la concentración de radón y su relación con los terremotos. Según su tesis, los datos indicaban la proximidad de un fuerte evento. Sostenía esta tesis a pesar de que todavía no se ha encontrado una correlación entre el aumento de radón y un terremoto inminente. Tal era el clima de incertidumbre y miedo que incluso alguien llegó a utilizar altavoces para avisar la población del riesgo inminente, recomendando, (era la mitad de marzo), no dormir en las casas.

Fue entonces cuando la Protección Civil de Abruzos difundió un comunicado en el cual invitaba a la calma “porque no estaban previstas sacudidas más fuertes”. Una afirmación que no se basaba sobre ningún dato científico. En una escucha telefónica publicada meses después, se puede oír al entonces director de la Protección Civil, Guido Bertolaso, reprender con contundencia a la directora de la Protección Civil regional de Abruzos por el comunicado erróneo. Por eso se decidió reunir, el 31 de marzo, una comisión de expertos denominada Comisión Grandes Riesgos para informar a la ciudadanía sobre la situación. La CGR es un órgano del Departamento Nacional de la Protección Civil y tiene la tarea de evaluar el riesgo asociado a terremotos y erupciones volcánicas, y se basa en información proporcionada por instituciones científicas como el Instituto Nacional de Vulcanología y Geofísica (INGV).
La reunión del 31 de marzo habría servido para mediar entre las voces de alarma que provenían del investigador Giuliani y el error de comunicación de la Protección Civil regional. La situación podía considerarse de “orden público”, teniendo en cuenta que en la zona vivían más de 70.000 personas.
Antes de la reunión, el subdirector de la Protección Civil, Bernardo De Bernardinis (no un científico sino un técnico), entrevistado por una televisión local, pronunció una frase con la cual invitaba la población a la tranquilidad afirmando lo siguiente: “la comunidad científica continua a decirme que la situación es favorable y que hay una liberación de energía”. En pocas palabras, el enjambre iba descargando energía poco a poco, lo cual era, seguramente, “una buena noticia”. La entrevista informal se acababa con una invitación a tomarse un buen vaso de vino tinto de la zona, el Montepulciano. En realidad, no hay constancia de que la comunidad científica haya afirmado la teoría de la liberación de energía (sin base científica) en ninguna ocasión: los comunicados oficiales de INGV siempre hablaban de una situación en la cual era imposible prever lo que iba a pasar.

Durante la reunión del 31 de marzo, en la que estaban presentes sismólogos del INGV, se recordó que los enjambres sísmicos normalmente no se concluyen con un gran terremoto, y que un gran terremoto tenía bajas probabilidades de ocurrir. Aun así, se afirmaba también que la posibilidad de que un fuerte seísmo no podía descartarse, estando L’Aquila situada en un área con una peligrosidad sísmica muy alta, como confirman los mapas de peligrosidad.
El día de la reunión, el 31 de marzo de 2009, en una L’Aquila llena de miedo por las continuas sacudidas, se verificó aquel cortocircuito comunicativo del cual hablamos en el título: si por un lado la reunión afirmaba que la “probabilidad de un fuerte seísmo era baja pero no descartable”, la noticia simplificada que llegó a la población fue de tranquilidad general. La tesis de que el enjambre iba descargando la energía poco a poco se extendió entre la población. Una semana después, en el corazón de la noche, ocurrió la catástrofe, con más de trescientos muertos.

Ya pocos días después de la catástrofe, en una ciudad herida y devastada, se difundió entre la población la amargura y la indignación por el mensaje tranquilizador que había salido de aquella reunión: “nos han tranquilizado en lugar de dar la alarma” y “no lo han previsto, a pesar de las claras señales” eran algunas de las quejas más comunes.
El 3 de junio de 2010, la Fiscalía de L’Aquila imputó a la Comisión Grandes Riesgos por la reunión del 31 de marzo: el delito del cual eran acusados los siete miembros era homicidio imprudente. Según la acusación, el problema no fue el no haber dado la alarma – imposible dados los conocimientos científicos actuales – sino el haber tranquilizado a la población y efectuado una “evaluación genérica e ineficaz de los riesgos relacionados con la actividad sísmica” y dando a los habitantes de L’Aquila “información imprecisa, contradictoria e incompleta sobre la peligrosidad sísmica”.
Durante el juicio a la Comisión Grandes Riesgos, la acusación consiguió demonstrar que los mensajes tranquilizadores habían incidido con fuerza en el comportamiento de la población. En el juicio se afirmaba que 29 personas habían muerto a raíz de estos mensajes tranquilizadores porque habían pasado la noche en casa en lugar de pasarla en el coche.
Dos años después, el 22 de octubre de 2012, los siete componentes de la Comisión fueron condenados en primer grado a seis años de cárcel por haber dado a los residentes “información insuficiente” y haber subestimado los riesgos. Se acusaba a la Comisión de no haber tenido en cuenta los “múltiples indicadores de riesgo”, es decir, la historia sísmica de L’Aquila y la presencia de un enjambre en los meses anteriores. Además, se acusaba los científicos de la comisión de no haber explicado con más claridad la imposibilidad de saber lo que iba a pasar.

La sentencia de 2012 desencadenó en todo el mundo una reacción sin precedentes en la comunidad científica. Importantes sismólogos y científicos de todo el mundo se solidarizaron con los científicos italianos. En algunos casos se llegó a hablar de “juicio contra la ciencia”. ¿Cómo se podía acusar a los científicos si los enjambres, en muchos casos, no se concluyen con una sacudida más fuerte?

La sentencia de segundo grado, en 2015, y la definitiva en 2016 (tercer grado) han cambiado completamente las cosas, absolviendo a todos los acusados menos al portavoz de la Protección Civil, De Bernardinis. Si por un lado los científicos han sido absueltos completamente, De Bernardinis ha sido condenado a dos años de cárcel por su entrevista en la cual tranquilizaba la población.
Lecciones y reflexiones
Las lecciones y reflexiones que se pueden hacer sobre este dramático acontecimiento son muchas. En primer lugar, es evidente una dificultad de comprensión entre el mundo científico y los medios de comunicación, por ejemplo, sobre el concepto de probabilidad. Cuando los comunicados de INGV decían que el enjambre no cambiaba la probabilidad de que un evento se produjera, no se estaba afirmando que no hubiese un peligro. La dificultad de explicar por qué los datos de Giuliani no podían ser considerados útiles ha sido también otro gran problema: todavía hay personas que creen que aquel terremoto fue previsto por este técnico.
También es evidente una dificultad de comprensión entre ciencia y magistratura: al menos en la primera parte del juicio. Hay que tener en cuenta que muchos enjambres no son seguidos por fuertes sacudidas: cada año hay decenas de enjambres en Italia en el mundo, no seguidos por sacudidas más fuertes. Sin embargo, en los fundamentos de hecho de la sentencia en primer grado, se habló de una “subestimación de los indicadores” es decir de las acudidas anteriores al evento sísmico del 6 de abril. También hay que reflexionar sobre el uso de las palabras en la comunicación del riesgo, por parte de los científicos.
Otra reflexión importante es que después del devastador terremoto de L’Aquila, en lugar de concentrarse sobre la urgencia de aumentar la seguridad de los edificios en Italia, la atención se haya concentrado sobre el tema de la alarma y de la previsión a corto plazo. Algo imposible hoy mismo.
Enlaces útiles
- INGV Terremoti, el blog del Instituto italiano de Geofísica y Vulcanología con mucha información sobre terremotos en Italia
- Il Processo a L’Aquila – blog con muchos datos e información sobre el juicio a la Comisión Grandes Riesgos (con artículos en inglés)