Una nueva categoría de ciencias participativas está ahora en pleno desarrollo. Utiliza todas las posibilidades que aportan la web y los teléfonos móviles de última generación para ayudar los científicos gracias a las observaciones de los internautas. Se trata de proyectos en los cuales los ciudadanos colectan datos o hacen mediciones del medio ambiente. Se recrean así las condiciones de los botanistas, entomólogos o naturalistas europeos aficionados a las ciencias de los siglos 18 y 19, precursores de las ciencias participativas.
OBSERVACIONES
Iniciativas como la del profesor de ecología de la Open University Jonathan Silvertown que ha conseguido reunir, gracias a la ayuda de decenas de miles de benévolos, observaciones sobre unos 3000 caracoles de la familia Cepaea nemoralis cuyos colores puede revelar un cambio de temperatura a nivel local (Evolution MegaLab). O la de la cadena de televisión franco-alemana Arte que publicó en su página web la primavera pasada los objetivos de la misiones Printemps, invitando a los espectadores a buscar indicios de cambios naturales, inspeccionar la tierra, rebuscar lagartos, grabar los cantos de pájaros…..
Los centros de investigación y los museos ya han adherido a esta tendencia. El instituto nacional de la investigación agronómica (INRA en sus siglas en francés) ya tiene su propio sitio de ciencia participativa con una oferta variada para los aprendices de científicos. El museo de historia natural de Paris también cuenta con varios proyectos dentro de su programa de vigilancia de la naturaleza. SPIPOLL, que tiene como objetivo vigilar los insectos polinizadores, es uno de ellos. La ciencia participativa en el sentido más estricto de la palabra. Son innumerables los proyectos xxx-watcher” en la web que apremian los internautas a observar murciélagos, mariposas y pájaros en busca de datos significativos de cambios de comportamiento o de poblaciones (iSpot.)
El CSIC, por su parte, ha lanzado el proyecto Observadores del Mar para obtener información de los buceadores y pescadores sobre las condiciones de la flora y fauna marina así como de corrientes, las condiciones climáticas….etc. Y la Universidad de Nueva York han lanzado el proyecto NOAH, una especie de enciclopedia de la vida cuyos datos son recolectados por los ciudadanos. Un reciente estudio en la revista de la academia americana de ciencia (PNAS) reconoce la participación de pescadores italianos que han ayudado a confirmar modelos teóricos en el estudio de la hidrografía del lago Como en el norte de Italia. El valor añadido ciudadano es evidente: Solos, los investigadores no conseguirían recolectar tantos datos sobre especies tan variadas y territorios tan extendidos.
Esta tendencia ya cubre áreas del conocimiento hasta entonces reservadas exclusivamente a los científicos: las ciencias sociales (Scistarter), la geología, con el estudio de fenómenos sísmicos (EMSC) y hasta la música y como su estudio puede explicar fenómenos evolutivos (Darwin´s Tune). Pero desde hace algún tiempo los propios ciudadanos quieren ir más lejos y llevar a cabo sus propios proyectos, hacer sus propias medidas y llevar a cabo las estadísticas correspondientes. Así se ha lanzado una aplicación para teléfonos móviles que permite medir el ruido ambiente para poder estudiar su impacto en la proximidad de aeropuertos y autopistas y poder demostrar así sus quejas delante de las autoridades. Un sinfín de aparatos aficionados (no homologados en muchos casos) existen ya para medir la contaminación del aire, el sulfuro de hidrogeno, los campos electromagnéticos, la radioactividad y perturbaciones endocrinas….
CROWDSOURCING
Todas estas iniciativas están muy inspiradas por la filosofía de los pioneros de la web y de la informática que gira alrededor del reparto, la transparencia y la colaboración. En inglés se habla de crowdsourcing, es decir de inteligencia de la multitud donde el conjunto representa más que sus partes. Pero el éxito de estas iniciativas no puede hacer olvidar que tienen sus detractores y críticos. La calidad de las observaciones y de los correspondientes datos también deja muchas veces que desear. Existen muchos softwares para la medida del “ruido”, es decir de la tasa de error del no-experto, pero son de verdad muy malos. En el proyecto de caracoles mencionado más arriba por ejemplo, un tercio de los participantes se había equivocado de especie. Los científicos tienen que enfocar de una manera diferente los proyectos y calibrar sus resultados de otra manera con una serie de estadísticas complicadísimas.
Pero aunque a las ciencias participativas les quede todavía que pasar la prueba de fuego que demuestre que pueden hacer progresar directamente la investigación en un área concreta del conocimiento, sí que van a ser un terremoto para los expertos de la educación y las autoridades. Permiten aumentar la concienciación ciudadana y su nivel de implicación en asuntos científicos (cambio climático) y refuerzan la calidad de intercambio entre científicos profesionales, expertos y poderes públicos y privados. Estos cambios serán aún más patentes en el mundo de la educación en la que una inteligencia colectiva bien canalizada podrá implicar más a los alumnos y hacerlos partícipes de proyectos con sentido.
Westphal y Anderson, los iniciadores de este movimiento siguen por su parte con sus propia evolución: ya han desarrollado la contraparte de BOINC en términos de participación ciudadana de análisis de datos y observaciones: BOSSA o “Programa abierto para la asociación de competencia”. En muchos aspectos BOSSA es similar a BOINC pero la gran diferencia es el tipo de proyectos que permiten desarrollar: el cálculo compartido para este último, las competencias e inteligencia de los benévolos para el primero. También han desarrollado BOLT para el entrenamiento de los voluntarios.
“La ciencia es demasiado importante para ser dejada solo a los científicos” decía François Grey en la conferencia internacional consagrada a las “ciberciencias ciudadanas” en febrero en Londres. Este investigador trotamundos, que tiene un pie en el CERN y otro en la Universidad de Tsinghua en China también es coorganizador, con la University College de Londres de este evento que ha reunido más de 100 personas durante tres días y que promete poner patas arriba a la ciencia, la educación y la sociedad. Para ello cuenta ya con el apoyo de la ONU que, a través de su Instituto para la formación y la investigación (UNITAR), ha creado un centro ciudadano de la ciberciencia.