Van llegando con cuentagotas, algunos aún con los ojos pegados del despertar de la mañana del sábado, estos no suelen venir preparados para experimentar. Otros muestran su impaciencia nada más entrar por la puerta, accediendo directamente a la “mesa del científico”, husmeando inquietos para averiguar qué les espera en la mañana de hoy…
Finalmente todos están listos para comenzar a ejercer de científicos. Es fácil provocarles la curiosidad y conseguir de ellos un razonamiento lógico. Tenemos jóvenes científicos de todas las edades. Los que andan entre los 4 y los 7 años generalmente hablan poco, lo observan todo con gran intensidad y tocan en cuanto pueden. Salvo que les retenga el miedo a lo desconocido. Hacerles mirar por un microscopio óptico de alto nivel no es sencillo, ¿quién no ve sus propias pestañas al intentar fijar la imagen a través de los oculares? Con esa perspectiva, conseguir que dibujen lo que ven no es fácil… ¿No resulta tétrico asomarse a los abismos de una gota de sangre cuando aún no has alcanzado tu primer lustro de vida? Sin embargo, la curiosidad de unos llama a la del resto y siempre terminan participando todos.
Los mayores, de alrededor de 10 años, siempre vienen preparados para exprimir al máximo su participación. A veces traen sus propios experimentos, o conocen en bastante detalle el tema del que tratan las actividades del día -tenemos entre nuestros jóvenes científicos futuros y brillantes químicos y paleontólogos -. Lo que puede parecer a priori más sorprendente (no lo es, en realidad) es lo rápidamente que acuden a los conocimientos adquiridos en clase en cuanto se nombra algo que han estudiado recientemente. Eso que en su día tal vez les dio pereza repasar o que hubo que insistirles para que terminaran correctamente sus deberes…
Este mes, como he comentado, hemos estado viendo varias sustancias a través del microscopio. Todos, sin excepción, han conseguido dibujarlas con envidiable precisión. Para muestra, el trabajo de Pedro.