Sobre cantar el silencio de Turing

Sobre cantar el silencio de Turing

Autor: Pablo Camacho Bolós

Tan solo una moqueta con la espiral de Fibonacci y la canción “Mi príncipe vendrá”, tema principal de la película Blancanieves y los siete enanitos (David Hand, 1937), bastan para conectarnos a La máquina de Turing, dirigida por el argentino Claudio Tolcachir y originalmente escrita (y premiada) por el dramaturgo y cómico francés Benoit Solès en 2018. 

El actor Daniel Grao se sube al escenario de la Sala Verde de los Teatros del Canal de Madrid para dar vida al matemático Alan Turing (1912-1954), a quien conocemos por descifrar el código Enigma en la II Guerra Mundial o sentar las bases de la computación actual. La historia, sin embargo, no profundiza en estos logros, sino que se centra en la persona que hay tras ellos: un Turing tartamudo y aparentemente infantil. A su lado, Carlos Serrano lleva el ritmo de la obra interpretando a varios personajes con los que se cruzó Turing en su corta vida.

A pesar del buen trabajo actoral, el ágil ritmo narrativo y los guiños directos al espectador, la obra peca de ofrecer un personaje loco y esperpéntico, lastre del que creímos que la comunidad científica se había librado este año. Lo mejor: que nos muestre a un hombre más cuerdo y seguro que nunca respecto a su homosexualidad. Este punto vital del personaje se convierte en la piedra angular de la obra, y la fortalece, ayudando a que nos centremos en el confuso tiempo del texto y haciéndonos olvidar las excentricidades del científico.

Turing padecía disfemia, en menor grado seguramente, y eso le impedía expresarse con claridad. También participó en una operación secreta de la que no se habló hasta cincuenta años después, impartía charlas sobre el tabú de la inteligencia artificial y, además, fue sometido a una pseudoterapia de conversión con estrógenos para ocultar su forma de ser, de sentir y de amar. Su vida acabó con un mordisco de manzana envenenada, pero a él no le despertó ningún príncipe azul como a Blancanieves. Turing y su historia personal murieron bajo la condena del silencio

“Dicen que los mártires suben a la hoguera cantando.” (Teatros Del Canal)

El silogismo “Turing cree que las máquinas piensan. Turing yace con hombres. Luego las máquinas no piensan”, escrito por él mismo, es fiel reflejo de la discriminación y anulación que sufrió en sus tiempos, pero también sigue mostrando una realidad actual. Según el estudio LGBT First Job (2018), el 75% de personas LGTB+ han ocultado su orientación sexual o identidad de género en el trabajo, e incluso el 41% de los jóvenes “vuelve al armario” al incorporarse al mundo laboral para ser tomados en serio. En Ciencia, Tecnología o Innovación (CTI), campos caracterizados por la rigurosidad y la falta de sesgos, la situación se repite, pero estamos empezando a hablar de ello en la esfera pública. Sin ir más lejos, el pasado sábado 7 de noviembre, se celebró de manera virtual la Jornada PRISMA Pamplona, organizada por la Asociación para la diversidad afectivo-sexual y de género en CTI “PRISMA” y el Planetario de Pamplona. En ella se recordó la realidad que viven las personas LGTBIQA+, se trabajó para fomentar su visibilización y se pusieron sobre la mesa algunas medidas necesarias para acabar con la discriminación en el ámbito CTI, tareas que repetirán en su próxima Conferencia PRISMA 2020 de la semana que viene. Y todo para que este asunto esté presente, que pique y queme y así nunca más vuelva a olvidarse.

La máquina de Turing bebe del libro de Andrew Hodges Alan Turing: The Enigma (1983) y se inspira en obras como Breaking The Code de Hugh Whitemore (1986) y el telefilm de 1996 con el mismo título. Por lo general, son piezas que ya no se recuerdan. Casualidad o no, hace unas semanas me comentaba un profesor periodista y guionista de cine que, en su opinión, la conocida película The Imitation Game, descifrando Enigma (Morten Tyldum, 2014) eligió una mal enfoque para un blockbuster del siglo XXI. Él ya había oído hablar de Enigma, también sobre la ciencia de Turing, pero nada sobre cómo el rechazo por su orientación sexual anuló su carrera, persona y vida. Y que si supo esa historia, la había olvidado con los años. 

Pensé al salir del teatro que este era el guion que mi profesor estaba buscando. Porque si algo nos enseñan en investigación es que las cosas no se cuentan a medias, ni tampoco se concluyen con unos rótulos finales. Vidas como las de Turing han sido, son y serán Protagonistas (que no objetos) de la ciencia. Oír nuestra historia en los escenarios es un alivio y significa, como cantaba Blancanieves, que es primavera.

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