Un millonario con opinión: Bill Gates contra el cambio climático

Un millonario con opinión: Bill Gates contra el cambio climático

Bill Gates lleva varios años empeñado en su particular combate contra el cambio climático. Ahora acaba de publicar un libro Cómo evitar un desastre climático, en el que ofrece muchas ideas, analiza causas y problemas y, desde una perspectiva optimista —quizá demasiado— propone soluciones. No trata de buscar culpables sino que aspira “a poner en el punto de mira lo que hace falta para llegar a las cero emisiones: canalizar el entusiasmo y la inteligencia científica del mundo hacia las soluciones relacionadas con las energías limpias que ya existen, así como hacia la invención de otras nuevas, para dejar de verter gases de efecto invernadero en la atmósfera.” Y, desde luego, lo consigue.

Gracias a una prosa directa y sencilla, gracias a que ha tratado de entenderlo todo antes de contarlo, ofrece algunas ideas que pueden ayudar a centrar conversaciones y a entender de qué hablamos. Por ejemplo, recomienda relacionar cualquier cantidad de la que se hable sobre gases de efecto invernadero con los 51.000 millones de toneladas que se vierten cada año, para ver si un dato concreto es mucho o poco. Se centra en las cinco grandes actividades que más emisiones causan: “fabricar cosas, consumir energía, cultivar y criar, desplazarse y calentar o enfriar.” Propone, en la ensalada de medidas, recurrir a kilovatios = hogares; gigavatios = ciudades; cientos de gigavatios = países ricos o pobres. Pensar en el espacio que exige cualquier solución y, por último, tener en cuenta las primas verdes y si son asequibles para todos los países.

Las primas verdes son una constante en el libro. Se trata del mayor coste —aunque en algunos casos ya es menor— de dejar de hacer una actividad que emite para hacerla sin emisiones. Por ejemplo, el coste de usar hormigón neutro en CO2 con respecto a usar hormigón en cuya elaboración se han evitado las emisiones. Gates muestra que esos diferenciales van bajando paulatinamente y que, si se hacen las cuentas correctamente, internalizando todos los costes, con frecuencia es más barato hacer lo correcto.

Es decir, pone en el punto de mira los problemas, analiza el coste de paliarlos —la prima verde— y procurar ofrecer, de manera realista, calendarios y opciones con el objetivo de llegar al 2050 con cero emisiones. Y sin olvidar que los países ricos, que llevan muchos años emitiendo, no tienen el mismo compromiso moral que los países que están ahora desarrollándose y cuyos ciudadanos están lejos de los estándares de calidad de vida de los ricos. Y así lo defiende no sólo “porque hemos causado gran parte del problema (aunque es cierto) sino porque representa una magnífica oportunidad económica: los países que funden con éxito empresas e industrias neutras en carbono serán los que lideren la economía global en las próximas décadas.” 

De algunas de las cuestiones habla con bastante conocimiento, por ejemplo de baterías, porque “he dedicado más tiempo a instruirme sobre este tema del que jamás habría imaginado (también he perdido más dinero en empresas emergentes de baterías del que jamás hubiera imaginado).” Como en este caso, en otro mucho ha invertido, mostrando un notable compromiso con la causa, porque, la verdad, necesidad no tiene.

No pinta Gates un camino de rosas, ni mucho menos, pero el coste de estarse quieto es peor: “para el año 2050 el cambio climático podría resultar tan mortífero como el nuevo coronavirus, y para 2100, cinco veces más mortífero.” Tampoco será fácil porque “tenemos una motivación fuerte y comprensible para aferrarnos a lo que conocemos, aunque lo que conocemos nos esté matando.” Pero que alguien con su predicamento asegure que “si no catalogamos el cambio climático como una amenaza para la existencia de la humanidad, las condiciones de vida de la mayoría se deteriorarán, y los pobres se empobrecerán aún más. Irá a peor hasta que dejemos de liberar gases de efecto invernadero a la atmósfera, por lo que merece figurar entre las máximas prioridades, como la salud o la educación.”

Tiene una visión demasiado centrada en Estados Unidos, lo que tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Está escrito, sobre todo, para lectores de esa parte del mundo, esa que contamina una barbaridad y en la que es posible encontrar lo mejor y peor, las políticas más avanzadas y las más retrógradas, las más eficaces y las más crueles, las más ciegas y las más clarividentes. Con frecuencia, en la distancia, vemos a Estados Unidos como un monolito compacto y, desde luego, no es así, como no es ningún país de una sola tonalidad.

Y, además de soluciones tecnológicas, —“la lucha contra el cambio climático no será posible sin tecnología, tampoco solo con tecnología”— propone soluciones sociales y políticas, es decir, qué se debe hacer en cada nivel de la administración, por ejemplo. Sin nombrar en ningún momento al —¿temporalmente?— extinto Trump, cuya sombra sobrevuela algunos pasajes, deja claro que, como electores, tenemos un instrumento potente para actuar en favor de la lucha contra el cambio climático, como la tenemos en tanto que consumidores.

Recriminar que no hubiera empezado antes, que viaje en avión privado, que coma hamburguesas, que no dedique más dinero —con lo riquérrimo que es— que no seas más radical, o que cualquier otra de las quejas que pueden aflorar tiene un sentido limitado. Se trata de un aldabonazo interesante, bien escrito, divulgativo y argumentado en favor de una causa que aún no está suficientemente incorporada por todo el mundo. Si algunas personas pueden ser convencidas por Bill Gates, bienvenido sea. No hará este libro mal a nadie y puede que, siendo la voz que es, los negacionistas recapaciten, si es que eso es posible.

Bill Gates. Cómo evitar un desastre climático. Las soluciones que ya tenemos y los avances que aún necesitamos. Plaza y Janés, 318 páginas, 21,90 euros.

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