Determinar cuándo una noticia puede calificarse de “científica” no es algo tan sencillo como parece. Lo pusieron de manifiesto las intervenciones realizadas el 13 de mayo en el Media Science Forum, organizado en Madrid por la Presidencia Española de la UE. La cuestión saltó a la palestra durante la presentación de dos estudios, uno relativo a la información científica en los medios vascos, a cargo de María Gil (Fundación Elhuyar), y otro referente a la ciencia en los telediarios españoles, a cargo del que suscribe, por cuenta de la Fundación Dr. Antonio Esteve. Los dos trabajos, de tipo cuantitativo, tenían a la “noticia científica” por unidad de análisis, lo cual presuponía una concepción precisa de qué debe entenderse por tal.
Pero el debate entablado dejó en evidencia la dificultad de manejar un encuadre clasificatorio apto para todas las noticias. Ciertamente, en muchas ocasiones detectar la susodicha unidad no plantea complicaciones especiales, como la noticia del lanzamiento de un cohete con equipamientos para la Estación Espacial Internacional, pero en otros casos no ocurre así. Tomemos una manifestación de protesta contra el maíz transgénico, ¿debe contabilizarse como un tema de periodismo científico o de periodismo ambiental? Y en la circunstancia de un vertido, ¿le toca cubrirlo al periodismo de medio ambiente cuando se alude al perjuicio estrictamente ecológico y pasarle el tema al especialista en ciencia cuando se barajan diversas acciones técnicas para atajar su impacto?
Un criterio pragmático lo aportan los propios medios de comunicación, que clasifican a las noticias científicas en la sección de Sociedad (incluidos, por ejemplo, los hallazgos paleoantropológicos). Es un criterio operativo, ya que ayuda a identificar con facilidad la mayoría de tales noticias, aunque no siempre se aplica a su totalidad. Una excepción clamorosa la pone el hecho de que en el entorno mediático español, por razones que no he logrado dilucidar, las pesquisas arqueológicas quedan confinadas a la de Cultura (algo que no ocurre en los medios anglosajones, donde las tienen por noticias científicas puras y duras). ¿O acaso la arqueología no es una disciplina científica?
Más peliagudas se presentan las noticias sobre innovación tecnológica. ¿Debemos dar el marchamo de “científica” a una información relativa a un récord de velocidad del AVE, que a otra relativa a la pederastia por Internet y a otra alusiva a las tarifas internacionales de telefonía móvil? Conviene advertir que en numerosos medios la I+D parece patrimonio de las páginas de color salmón, fenómeno que se explica por el crematístico designio de venderle publicidad a las empresas que innovan (con el reduccionismo económico que semejante encasillamiento implica). En nuestra investigación adoptamos un método restrictivo: tomar en cuenta solo las relativas a hitos tecnológicos, omitiendo las concernientes a los impactos o usos sociales de las tecnologías (una decisión complicada, ya que supone separar lo que en la práctica está unido, precisamente uno de los nexos entre ciencia y sociedad más importantes.
Las noticias relativas a la medicina –igualmente incluidas en ese batiburrillo que es la macro-sección de Sociedad- también plantean quebraderos de cabeza. ¿Cuándo un hallazgo médico debe tener estatuto de noticia científica? No se trata de una disquisición teórica, sino de un asunto eminentemente práctico de división del trabajo en la redacción. En un periódico español llegaron a una solución salomónica: los hallazgos biomédicos basados en ensayos in Vitro o con ratones corresponden a la sección de Ciencia, los resultados producidos por ensayos clínicos, a la de Sanidad. Con todo, hay solapamientos inevitables, siendo frecuente que ambas secciones cubran el otorgamiento de los premios Nobel de Medicina.
De cara a estudios académicos como los debatidos en el Media Science Forum, tampoco son éstas delimitaciones cuestiones baladíes. Si no tenemos claro qué es y qué no es una noticia científica, difícilmente podremos estimar correctamente su número. Digamos de pasada que los autores de los dos estudios citados escogieron criterios más bien restringidos, los cuales arrojaron unos porcentajes muy bajos de información científica, más elevados en los medios escritos (3,5%) que en la televisión (1,1%).
A buen seguro, pautas más amplias hubieran arrojado cifras más altas, aunque me resulta imposible aventurar cuánto más. Lo cierto es que las Tecnologías de la Información y la Comunicación (Internet, iPods, telefonía móvil, videojuegos…) generan una masa de noticias, que los análisis de la información científica no deben soslayar. Queda así planteada la necesidad de estudios que cubran simultáneamente ambas dimensiones de la innovación: los hallazgos o invenciones propiamente dichas, y sus implicaciones sociales, políticas, económicas, militares, etc.
Pablo FRANCESCUTTI